domingo, 5 de enero de 2014

CAPÍTULO VIII: LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

A. LA PRUEBA OFICIAL 


a) VALOR ESPECIAL 
El valor especial de esta prueba está en el hecho de que Jesús la ha dado como demostración y prueba definitiva. Cuando encendido en el celo por la gloria de Dios, arroja a los vendedores del Templo, a los fariseos, que preguntan con qué autoridad hacía eso, les contesta: “Destruid este templo y en tres días lo reedificaré” (Jn 2,19). Aunque el sentido de las palabras era oscuro, el evangelista añade que se refería a la resurrección (Jn 2,21). 
Lo mismo afirma más claramente en otra ocasión. Jesús había hecho muchos milagros y las turbas estaban entusiasmadas, pero los fariseos se mantenían indiferentes, un día se le acercan y le dicen: “Maestro, queremos ver un signo”. Jesús les responde: “Esta generación mala y perversa pide una señal, no se le dará otra que la de Jonás el profeta. Como Jonás permaneció en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así el Hijo del Hombre permanecerá en el vientre de la tierra tres días y tres noches” (Mt 12,38-40). 
Los fariseos tomaron buena nota de estas predicciones, como de las otras hechas por el mismo Jesús al anunciar su pasión con la resurrección (Mt 16,20; 17,9; 20,17; 26,32); pero, los discípulos no se acordaron de ellas. Los fariseos, sí; por eso, se lo recordaron a Pilatos para que pusiera guardias al sepulcro (Mt 27,63). Para ellos estaba claro que era la prueba definitiva de Jesús, con el que quisieron acabar y pensaron que ya lo habían hecho, pero no estaban seguros del todo. Si resucitaba se habían equivocado en pleno. Por eso, para cubrirse bien, querían evitar hasta la apariencia de la resurrección. 
Pero, por otra parte, también los Apóstoles, a solo cincuenta días de la muerte de Jesús, comienzan a difundir su mensaje por todo Jerusalén y la prueba principal que dan es la resurrección, de la que ellos son testigos (Hec 2,22-41). 
Pablo proclamará la resurrección como argumento decisivo: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1 Cor 15,17). Por eso, es la prueba de mayor importancia para la fe. 
Además, lo más difícil de este mundo es vencer a la muerte. Por eso, la resurrección de muertos son los milagros cumbres; pero, aún más es que uno estando muerto, él mismo se resucite. Que se entregue atado de pies y manos a la muerte, que se deje matar y que encima, muerto, venza a la muerta. Eso únicamente Dios lo puede hacer. 

B. EL SEPULCRO VACÍO 

a) PRUEBA A LA QUE NO SE DIO IMPORTANCIA 
Es una prueba a la que no se le dio importancia. No es éste el dato más importante. Jamás lo citaron los Apóstoles como prueba de la resurrección de Cristo, ni se apoyaron en este hecho. Pero, esto solo bastó a Juan para creer (Jn 20,8). Y el hecho llamó la atención a todos los evangelistas, especialmente a Mateo, que quizás narra más detalles para evitar acusación de que lo habían robado (Mt 28,13-15). El problema era que a petición de los fariseos, la tumba había sido custodiada por los soldados romanos (Mt 27,65-66). Pilatos reconoce que sabían asegurarse bien y les da la guardia; además, sellaron el sepulcro, para que no hubiera posibilidad de subterfugio=escapatoria. 

b) A PESAR DE LOS CUIDADOS 
Pero, a pesar de todos estos cuidados la tumba quedó vacía, lo que aconteció mientras el terremoto, que removía la piedra y dejó patente el sepulcro (Mt 28,2). Como los soldados ya no tenían nada que cuidar, se presentaron a los que les habían dado la misión, para exponerles los hechos. Reunidos en consejo, el Sanedrín, dieron una gran suma a los soldados para que dijeran: “Sus discípulos vinieron de noche robaron el cadáver mientras nosotros dormíamos” (Mt 28,13). 
Naturalmente que les tuvieron que prometer, que si la cosa llegaba a oídos del procurador ellos lo arreglarían (Mt 28,14). Porque una negligencia tal no la podía pasar por alto sin más. A los fariseos les ha salido mal su estrategia, por lo que ellos pusieron para asegurarse de que no iba a haber resurrección, es precisamente uno de los argumentos de ella, aunque no se le haya considerado con demasiada fuerza. Si ellos no hubieran puesto esta diligencia, no hubiese tenido tanta importancia. 

c) EL CADÁVER 
Pero los fariseos sabían que teniendo el cadáver en su poder, por mucho que anunciaran la resurrección, no valdría nada las palabras que dijeran sus Apóstoles ya que ellos hubieran mostrado el cadáver. Además, dicho cadáver era fácil de identificar. 

d) NO HAY CADÁVER 
El caso es que teniendo ellos el cadáver, guardándolo con tanta diligencia y empeño, el cadáver se les esfuma de las manos. ¿Qué explicación puede tener esto? Solamente una: La resurrección. He aquí los argumentos 

1. Es absurdo pensar que los Apóstoles, llenos de miedo, iban a darles una batalla por el cadáver cuando no lo habían hecho estando con vida Jesús. No existe huellas de la pelea, ni siquiera un rasguño de nadie. 
2. No dieron pocas vueltas a este problema los fariseos y ¿con qué salieron? Con el soborno de los soldados para que digan que se lo habían robado mientras dormían. Con razón dice san Agustín: “¿Traes testigos dormidos? Tú que si dormías cuando se te ocurrió tal cosa. Si dormían, ¿que podían ver?; si no vieron por estar dormidos, ¿qué podían testificar? 
Evidentemente no podían decir, que lo hubieran robado, ni mucho menos que habían sido los Apóstoles. Pero el hecho de dar esta razón absurda demuestra que no tenían ninguna otra. Era absurdo que durmieran todos los soldados a la vez, que sabían establecer sus turnos de guardia; era absurdo que vinieran los discípulos, encerrados en el cenáculo con puertas y ventanas seguras, llenos de miedo; era imposible, que si vinieran, tendrían que haber venido en grupo, para animarse y defenderse, no metieran ruido, ni siquiera al romper los sellos y remover la piedra, de forma que no se despertaran los soldados; era imposible todo esto. No queda más que una salida: la resurrección. 
3. Además, ellos tenían el poder en Jerusalén. Si existía el cadáver, hubieran podido dar con Él. Ese era mejor argumento que los azotes y las ejecuciones de los Apóstoles para acabar con aquello. Pero, no pudieron presentar el cadáver porque sencillamente dicho cadáver no existe, a pesar de ser tan característico, tan conocido y tan señalado por todos los tormentos de la pasión. 
4. Y esto no se ha podido logar en veinte siglos. Se han encontrado incluso restos más antiguos, pero este no; y es el más importante del mundo. Si lo lograran encontrar echarían abajo la religión más extendida y más fuerte. Teniendo tantos enemigos la Iglesia, tan encarnizados y siendo este el medio más radical para acabar con ella, no han podido llenar este sepulcro con el cadáver de Jesús. Y es que no le demos más vueltas, ese cadáver no existe. ¡Cristo ha resucitado! 

C. LAS APARICIONES 

a) ELLOS SON TESTIGOS 
1. Sin duda alguna las apariciones son el hecho principal entre los que atestiguan la resurrección de Cristo. Los Apóstoles se presentan como testigos de la resurrección. Esto es lo que no cesan de afirmar claramente en los Hechos: “A este Jesús, Dios lo resucitó, de lo cual todo nosotros somos testigos” (Hec 2,32). Y esta expresión la entienden como únicamente la podían entender, de ser testigos presenciales, no del hecho mismo de la resurrección (lo que nunca afirman), si del resucitado Por eso, ante los sanedritas que los conminan a callar sobre este testimonio, les dicen: “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hec 4,10). Y de lo que hablaban abiertamente hasta delante de los sanedritas era de la resurrección de Cristo. Por lo mismo dirá san Pedro en casa de Cornelio: “A este, Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con Él, después que resucitó de entre los muertos” (Hec 10,40-44) 
2. Por consiguiente, toda la fuerza de la prueba de la resurrección descansa fundamentalmente en un testimonio, que a su vez toma fuerza del hecho de que le han visto, de que han comido y bebido con Él después de resucitado, es decir, en el hecho de las apariciones. 
3. Ahora bien, este acontecimiento se presenta como cualquier otro de los que han presenciado en la vida de Jesús; por eso, su testimonio es una continuidad de ella (Hec 1,22). Tan es así que en general anuncian la vida de Jesús, especialmente la muerte y la resurrección, en su testimonio (Hec 2,32; 3,13-15). Por eso, se afirma de una forma categórica la realidad de la resurrección: “Verdaderamente el Señor ha resucitado” (Lc 24,34). Se trata, por tanto, de un hecho real, tan real como cualquier otro, aunque sea de un carácter único por otra parte. 

b) ¿CÓMO EXPLICAR LA TRANSFORMACIÓN PASCUAL DE LOS APÓSTOLES? 
1. Se escandalizaron. Ya Jesús les había anunciado bien claro: “Todos vosotros os vais a escandalizar” (Mc 14,27; Mt 26,31; Lc 24,19-21). Pero desde luego no podían pensar que iba a ser tan grande la desilusión sufrida. La manifestaron muy al vivo los de Emaús: “Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a liberar a Israel” (Lc 24,21). Ya no tenían esa esperanza, se les había esfumado del todo, por eso abandonan 

Y esto era lo que esperaban los Apóstoles, el triunfo humano de Jesús, por eso Santiago y Juan se adelantan a pedir los primeros puestos en su reino, esto indigna a los demás (Mc 10,35). No comprendían la pasión. Cuando habla de ella por primera vez, Pedro toma aparte a Jesús para quitarle la idea la cabeza, y Jesús tuvo que decirle: “Apártate de mi vista Satanás” (Mt 16,23). Muy fuerte tuvo que estar Pedro para que Jesús reaccione así, y es que a Pedro esto no le cabía en la cabeza, como tampoco les cabía a los demás Apóstoles. Por eso, cuando les anuncia la pasión por segunda vez, comenta Lucas: “Ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y nada de esto entendían” (Lc 18,34). 
2. Al esperar, por un lado, el triunfo humano de Cristo, el Reino, y por otro, no comprender en absoluto las predicciones de Jesús, la pasión les cogió tan desprevenidos, que los derrumbó del todo. La muerte de Jesús en el patíbulo no lo esperaban. Tanto les desconcertó que no supieron reaccionar, sólo tuvieron el reflejo instintivo de defensa, cerrar puertas y ventanas y parapetarse detrás, por si acaso. 
3. Por eso, no les podía entrar la idea de la resurrección. No la habían comprendido nunca, a no ser la resurrección de los muertos en el último día. Cuando después de la transfiguración les habla de ella, Marcos expresa que: “Ellos observaron esta recomendación discutiendo entre sí, qué era eso de resucitar entre los muertos” (Mc 10,9). Y tampoco lo entendieron cuando al hablar de la pasión, les anunciaba también la resurrección. 
4. Cuando estaban así completamente abrumados por la pasión, sin acordarse para nada de la resurrección, sin ilusión, ni esperanza por nada, de repente cambia el panorama y se lanzan a la calle a predicar con toda valentía y no les importa sufrir ni arriesgarse por Cristo. ¿Qué es lo que ha pasado? Simplemente que les han transformado las apariciones del Señor resucitado. No hay ni puede haber otra causa. 

c) LOS APÓSTOLES NO HAN MENTIDO 
1. Si los Apóstoles no han visto a Jesús resucitado, es que han mentido. Pero, nadie miente sin algún motivo. Este es un principio universalmente admitido. A la eventual mentira de los Apóstoles habría que buscarle un motivo, éste no puede ser otro que el interés. Éste puede ser material, como el dinero; o espiritual, como la gloria, la fama, el poder. 
2. Los Apóstoles predicando la resurrección sólo podían esperar persecuciones, como lo experimentaron inmediatamente. A los pocos días de Pentecostés arrestaron a Pedro y a Juan, más tarde a los otros. Los azotaron y les amenazaron para que callen. De las amenazas pasan a los hechos, lapidando a Esteban (Hec 7,58), obligando a los primeros cristianos a dispersarse (Hec 8,2), matan a Santiago, encarcelan a Pedro (Hec 12,2-3), que tiene que huir a otra parte (Hec 12,7). Esto es suficiente para ver que no persiguen ningún interés material. 
3. Predicando la resurrección tenían que renunciar al Mesías político, que les hubiera dado días de gloria terrena. Por eso, los fariseos que se oponían a Cristo siguieron oponiéndose a los Apóstoles, que no consiguieron, más que el fracaso humano, como el mismo Jesús. Tampoco podían tener esta clase de interés. 
4. Sólo la fuerza de la verdad, que se les imponía por encima de todo, pudo ser capaz de hacer predicar hasta morir a estos hombres que confesaban que Cristo ha resucitado. 

d) NO ERA POSIBLE LA ILUSIÓN 
1. Queda otra hipótesis, la única que tienen en cuenta los investigadores en la que los racionalistas fundan sus explicaciones sobre el origen del cristianismo. Predicando la resurrección de Jesús los Apóstoles eran perfectamente sinceros, convencidos de lo que decían. Pero su fe no era el resultado de una realidad verdaderamente constatada, sino el efecto de una ilusión. Cuando se ama a una persona no se puede resignar a su falta, a su perdida. Y los apóstoles amaban a Jesús, con todo el corazón. Cuando lo vieron muerto en la cruz, tuvieron un momento de crisis, de hundimiento. Pero, después sus espíritus reaccionaron y por la tarde del día de Pascua llegaron a la certeza de que lo habían visto vivo. A partir de aquel día ya no dudaron más y lo predicaron hasta la muerte. 
La resurrección de Jesús es por tanto el resultado de la imaginación de sus Apóstoles. Cada racionalista presenta la explicación a su manera, con sus peculiaridades; pero todos convienen en atribuir a la imaginación de los Apóstoles y a su sugestión, la certeza de haber visto a Cristo resucitado. La resurrección de Jesús es una mentira creada por el amor y predicada por amor. 
2. Vale la pena ver la descripción completa con la que Renan explica la formación de esta ilusión: “El grupo principal de los discípulos estaba en aquel momento recogido en torno a Pedro. Se había echado la noche. Cada uno comunicaba sus impresiones y los rumores que habían escuchado. La creencia común quería que Jesús hubiera ya resucitado. A la entrada de los dos discípulos de Emaús se apresuraron a hablarles de lo que se llama la visión de Pedro. Ellos, por su parte, de lo que les había ocurrido en el camino, cómo lo habían conocido al partir el pan. 
La imaginación de todos se encontraba excitada vivamente. Las puertas estaban cerradas por miedo a los judíos. Las ciudades orientales están mudas después de la caída del sol. El silencio, por tanto, era profundo en aquel momento. Cualquier rumor que se producía era interpretado en el sentido de la espera común. La espera crea ordinariamente su objeto. Durante un instante de silencio, un ligero soplo pasó por el rostro de los presentes. En estas horas decisivas, una corriente de aire, el chirrido de una ventana, un murmullo casual fundamenta la creencia de los pueblos para los siglos. 
Al mismo tiempo que se hizo sentir el soplo, se cree oír sonidos. Algunos dijeron que habían escuchado la palabra ‘Shalom’, la paz. Era el saludo ordinario de Jesús y la palabra con lo cual indica su presencia. No hay duda, Jesús está presente, está en la reunión. Es su voz querida, cada uno la reconoce. Esta imaginación era tanto más fácil para ser creída realidad, ya que Jesús les había dicho que todas las veces que estuvieran reunidos en su nombre, Él estaría en medio de ellos. 
Fue por tanto algo admitido por todos, que el domingo por la tarde, Jesús se apareció a sus discípulos reunidos. Algunos pretendieron haber distinguido en sus manos las señales de los clavos, en su costado la huella de la lanzada. Según una tradición muy extendida, fue aquella misma tarde que sopló a sus discípulos el Espíritu Santo. La idea, al menos, de que su soplo hubiese aliviado la reunión, fue universalmente admitida. Tales fueron los sucesos de aquel día, que han fijado la suerte de la humanidad. La opinión de que Jesús había resucitado se formó de modo irrevocable. La secta que se había creído apagar con la muerte del Maestro, quedó garantizada con un porvenir inmenso” (Renan, les aportes, París 1866, p.21-23). 
3. No cabe duda que es una bella página literaria, escrita por un artista de la pluma. Muy sugestiva: “La corriente de aire que establece el curso de los siglos”. Pero esta exuberancia imaginativa, si que brota del corazón, porque no puede salir de la cabeza. Son afirmaciones gratuitas: “la espera crea ordinariamente el objeto”. Con indicios, con meras posibilidades se hace toda una construcción, que se pretende presentar como una explicación lógica, pero que no tiene ninguna consistencia ante un análisis serio. También podríamos afirmar, y con más razón, que cuando uno no tiene un argumento para echar abajo una verdad, que le molesta de veras, lo crea con su imaginación. Eso es la página de Renán. 
4. Ante todo, si la hipótesis tuviera algún fundamento, si verdaderamente la resurrección de Jesús fuese el resultado de la elaboración de la fantasía de los discípulos, debiera aparecer algún detalle de ello, especialmente en la acumulación de detalles maravillosos en la descripción de la resurrección, como se ve en la exhuberancia de detalles imaginativos en esa página de Renán. 
Pero, precisamente la resurrección misma no la describe ningún evangelista. Y este era el acontecimiento más importante, el que podía dar más pie a la fantasía. Se podía haber descrito el alma de Jesús entrando en el sepulcro acompañado de los Ángeles y de los Patriarcas del Antiguo Testamento a los que les muestra su cuerpo desfigurado por los tormentos, que al punto es trasformado y vivificado… y sale resplandeciente y brillante del sepulcro… habían tenido los elementos de la transfiguración para componer imaginativamente la escena… pero no hay nada de esto en el Evangelio. 
5. Que en plan imaginativo esto era lo natural y humano nos lo hacen ver los autores de los evangelios apócrifos, a cuya fantasía no se les pasó por alto este detalle. Veamos como lo narra uno de ellos: “Dándose el cambio de dos en dos, se produjo un gran ruido en el cielo y se vio abrirse los cielos y descendieron dos hombres resplandecientes de luz y se acercaron al sepulcro. La piedra que estaba puesta a la entrada, se retiró ella sola y se puso a un lado. El sepulcro se abrió y los jóvenes entraron. Ante esta vista, los soldados despertaron al centurión y a los ancianos, que estaban también allí para hacer guardia. Apenas tuvieron tiempo para contarles lo que habían visto, cuando vieron que salían tres hombres de la tumba: los dos jóvenes sostenían al otro y una cruz los seguía, la cabeza de los dos primeros tocaba el cielo. Y se oyó una voz del cielo que decía: ¿Has predicado a los muertos? Y se oyó responder de la cruz: Sí. Se pusieron de acuerdo entre ellos para ir a poner a Pilatos en conocimiento de estos hechos. Estaban todavía deliberando, cuando se vio de nuevo abrirse los cielos y a un hombre bajar y entrar en el sepulcro” (Amoit, les evangelis apocyphes, parigi, 1947). 
6. La narración de Mateo (28,2-7) que es la que más se aproxima al momento de la resurrección, no se parece en nada a esto. No hay esa exuberancia imaginativa, ese multiplicar detalles maravillosos. A la imaginación no le cuesta crear nuevos elementos. Por el contrario, la verdad no da más de sí, que la sobriedad de los hechos. Esta sobriedad y sencillez es lo que se nota en los relatos evangélicos. 
7. Otra observación nos haría comprender hasta qué punto las narraciones evangélicas carecen de elementos fantásticos. Entre los elementos humanos, la venganza ocupa un puesto importante. No es ciertamente indicio de gran nobleza de espíritu, de elevación moral, pero responde a las necesidades de reparación y de justicia del que ha sufrido una injusticia. Ahora bien, Jesús había sido ofendido por sus enemigos como ningún otro, cubierto de injurias, acusado de crímenes jamás cometidos, expuesto a la pública vergüenza de todos los ciudadanos y de todos los peregrinos. ¿Qué cosa más natural suponer en Él la voluntad de una revancha, que le restituya el honor perdido? Cosa más natural hubiera sido, si la resurrección fuese el fruto de la fantasía o imaginación de sus discípulos, que Jesús se hubiera aparecido a sus enemigos, delante del Sanedrín que le había condenado unos días antes. 
Una aparición del resucitado habría causado una desbandada entre los fariseos, quizá algunos hubieran creído en el Mesías triunfante. Por el contrario, no hay nada de esto en el Evangelio. Ellos cuentan que los escribas y los fariseos supieron de los soldados de la resurrección de Jesús, pero estos no hablaban de una aparición, sino de una desaparición. Esto es tan raro, que ya en el siglo II Celso la presenta como una dificultad: “Si Jesús ha resucitado verdaderamente, ¿por qué no se ha aparecido a sus enemigos?”. Y los discípulos eran hombres que deseaban una revancha. ¿No habían querido Santiago y Juan que bajara fuego sobre la ciudad que no había querido recibir al Maestro? 
8. Otra observación, si la resurrección de Cristo y sus apariciones fueran fruto de la fantasía y el amor de sus discípulos, el número de ellas debería ser enorme. Porque cada discípulo habría tenido su aparición. Por el contrario, el número de apariciones es limitado. Más aún, lo que parece verdaderamente inexplicable para los que admiten la teoría de la alucinación, estas disminuyen con el paso de los años. 
La fantasía es un río que crece cuando se aleja de la fuente y se abre camino hacia el mar. Llega un momento en que resulta difícil aislar el núcleo histórico en todo el montón de elementos fantásticos. Pero, en los Evangelios se verifica el fenómeno contrario. El testimonio más antiguo es el de Pablo y los Sinópticos, que refieren seis apariciones, mientras que Juan bastante más reciente relata sólo cuatro. Esto es sorprendente. ¿Cómo explicar que en el caso de Jesús, el río de la fantasía ha ido disminuyendo de volumen? Únicamente porque las apariciones no son efectos de la fantasía. 

e) IMPOSIBILIDAD DE LA ALUCINACIÓN 
¿Es posible explicar con la alucinación la certeza de los discípulos de haber visto a Jesús resucitado? Este es un problema de psicología y hay que examinarlo en este terreno. 

1. Los especialistas en esta materia concurren en afirmar que la alucinación es posible sólo cuando el sujeto está dispuesto a tenerla. Los caracteres positivistas, críticos, son los menos influenciables, especialmente son refractarios los que se encuentran en una depresión de desánimo y pesimismo. Mientras duran estos estados de ánimo la alucinación es imposible. 
2. Precisamente este es el caso de los Apóstoles. Después de haber asistido al fracaso de su Maestro, de haberlo visto atormentado y matado como a un criminal cualquiera en el patíbulo, el desaliento se había apoderado de ellos. Un hombre tan poderoso que había curado tantos enfermos, resucitado muertos, calmado la tempestad; no había sido capaz de huir de las manos de sus enemigos, de bajar de la cruz cuando lo desafiaban a ello. Este estado de ánimo lo describen los Evangelios de un modo tan natural, que no es posible dudar de su sinceridad. 
Apenas oyen de las mujeres que la tumba está vacía y que un ángel ha dicho que Jesús ha resucitado, en seguida tachan todo esto de delirio de mujeres. Ellos están muy lejos de aceptar nada de esto. Están tan descorazonados que Tomás y otros dos discípulos abandonan el cenáculo. Estos últimos a los que Jesús se les aparece en la tarde del domingo, creían que estaban viendo un fantasma. Y eso que su imaginación tenía que estar muy excitada, no con las narraciones de las mujeres, pero, sí con la de Pedro y la de los discípulos de Emaús. 
3. Pero, a pesar de todo en vez de saludar a Jesús con un grito de entusiasmo lo toman por un espíritu. Jesús no tiene más remedio que decirles: “Palpad y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo” (Lc 24,39). No contentos con verle, tienen que tocarle para convencerse. Pero, aún, ni por eso se dan por vencidos; por eso, el evangelista añade: “Como ellos no acababan de creerlo” (Lc 24,41). Claro que los disculpa un poco atribuyéndolo a la alegría, pero el hecho es que no acaban de creer ni palpando y Jesús tienen que darles otra prueba más de que no se trata de un espíritu. 
4. Y se pone a comer delante de ellos. Tiene que multiplicar las pruebas para convencerles, porque estaban totalmente reacios a la idea de la resurrección, o mejor dicho, a que ellos vieran al resucitado. Aunque la idea ya la habían aceptado por el testimonio de Pedro, pero ni aún con ello, podían admitir una visión, si no palpan y si no ven que come y que desaparece el alimento. Que lejos de esta realidad está la credibilidad tan fantástica que les pone Renán. 
5. Todavía es más significativo el caso de Tomás, que estuvo ausente. Cuando vuelve y se lo cuentan no les cree a ninguno. Es posible que Tomás fuera más pesimista (Jn 11,16), que se impresionara más hondamente, que se encerrara más en sí mismo, en la soledad… el hecho es que a pesar de todo lo que le decían todos, empezando por Pedro, se obstina en no creer y no hubo manera de convencerle. Al contrario, se aferra cada vez más a lo suyo. Es la psicología del terco, ya ha dicho que no y no hay nada que le haga cambiar de parecer. 
A este discípulo jamás le habría dado una alucinación, no estaba preparado psicológicamente para ello. A medida que pasaban los días el tiempo parecía darle la razón, más convenido de que era el único que estaba en lo cierto. Hasta que se le aparece Jesús, se dirige a él delante de todos y le hace cumplir la condición que exigía en su cerrada incredulidad, y cuando mete su dedo en las llagas y su mano en el costado ya no puede más y se derrumba vencido. 
Es la realidad lo que se le ha impuesto con la fuerza absoluta de los hechos, ninguna otra cosa hubiera sido suficiente. Ponía unas condiciones casi absurdas para creer y Jesús se las cumplió al pie de la letra. Ante eso, no tuvo más remedio que darse por vencido, pero jamás hubiera pensado que estas condiciones se podían cumplir. Jesús quiso en Tomás curar nuestra incredulidad. Y a pesar de todo todavía, en la última aparición, había algunos que dudaban, no acababan de creer y Jesús tienen que reprender su incredulidad (Mt 28,17). Todo esto nos indica que en los discípulos no podía haber alucinación. 
6. En la hipótesis que ya hemos visto absurda de que hubo alucinación, ¿cuánto les hubiera podido durar? Según los especialistas, tanto cuanto les hubiera durado el estado de exaltación que producía la alucinación. Esto significa que, a las primeras dificultades encontradas en la predicación, a las primeras detenciones, flagelaciones, persecuciones, hubieran vuelto a la realidad, a pisar tierra. Por el contrario, su fe duró toda una vida hasta hacerles soportar el martirio. ¿Cómo llamar ilusos a hombres realistas como los Apóstoles, hombres habituados a duras fatigas de la vida, que por treinta años han perseverado en la predicación incansable de Cristo resucitado, sin ninguna ventaja material, humana, despreciados, perseguidos, atormentados, ajusticiados, ejecutados por la justicia?. Esto no puede ser fruto de la alucinación. 

f) LAS CONTRADICCIONES DE LOS EVANGELIOS 
Dichas contradicciones se presentan como una dificultad para las apariciones. Veamos este problema. 

1. En los relatos evangélicos se presentan muchas contradicciones. Por ejemplo, Marcos dice que las mujeres llegaron al sepulcro cuando salía el sol, mientras que Juan dice que llegaron cuando aún era de noche. Mateo nos hace saber que la tumba está guardada, mientras Marcos no sabe nada de esto, ya que las mujeres sólo se preocupan de la piedra. Las mujeres que van al sepulcro, según Juan es una, según Mateo, dos y según Lucas, un grupo. Y así por el estilo existen otras contradicciones, la objeción surge espontánea al que lee el Evangelio y lo hacen todos los racionalistas. 
2. Pero se trata de una dificultad aparente. Veamos cómo se expresa a propósito de las contradicciones en los documentos históricos uno de los maestros en la ciencia histórica, Seignobos: “La tendencia natural a considerar la concordancia de los testimonios como una afirmación, tanto más probatoria cuanto más completo resulta, no es cierta, por el contrario, es preciso adoptar la regla paradójica de que la concordancia prueba más cuando se limitan a un pequeño número de puntos. Son los puntos concordantes de esas afirmaciones divergentes, los que constituyen los hechos científicamente establecidos” (Introducción aux etudes historiques,1. Cap. 8. Pag. 179). 
3. Según esta regla fundamental, podemos estar tantos más ciertos, cuanto más los testimonios convergen en la sustancia del hecho narrado y no están acordes en el resto y el motivo es claro, cuando los testimonios están de acuerdo en todo es fácil pensar que vienen de una misma fuente originaria, mientras que cuando son divergentes en no pocos detalles es claro que vienen de otras fuentes. De hecho, varias personas que presencian un hecho, son impresionadas de modos diferentes por uno y otros detalles, lo principal del hecho lo dirán a su modo, pero los detalles variarán mucho. Este es el trabajo del historiador, valorar los detalles, poner de acuerdo las narraciones diversas de los testigos. Pero esta discrepancia garantiza la autenticidad. 
4. Por lo que toca a los Evangelios, todos son unánimes al referir que al tercer día la tumba de Jesús fue encontrada vacía y que Él fue visto, primero por las mujeres y después por los discípulos. Se pueden compaginar algunas divergencias, como sobre la hora en que salieron las mujeres, que pudo ser de noche todavía cuando llegaron, que ya había salido el sol. De todos modos, son detalles sin importancia. Lo más difícil de compaginar son las apariciones a las mujeres, quizá Juan personifica en una los sucesos. 
Tampoco el número hace mucho. De todas formas estas apariciones a las mujeres no se les tiene en cuenta como prueba de la resurrección. Lo que vale, entre los judíos, es el testimonio de los hombres. Por eso, san Pablo no cita a ninguna mujer entre las que vieron a Cristo resucitado y no son sus testigos. Tampoco aluden a ellas los otros Apóstoles cuando testifican la resurrección. También hay otras divergencias, unos narran unas apariciones y otros, otras; algunos las repiten varias veces, mientras otros la traen solo una. También hay divergencias sobre cuáles apariciones fueron primero, las de Galilea o las de Jerusalén, etc. Pero la sustancia queda intacta y precisamente esas divergencias la garantizan. Lo que era una objeción se ha vuelto un argumento a favor de las apariciones. 

g) LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO
1. Entre las apariciones de Cristo resucitado la más singular y la que cambió la vida de san Pablo fue la de Damasco. Antes hemos dicho que no se apareció a ningún enemigo suyo. Éste si que era enemigo de Cristo y de los cristianos. Además, esta aparición tuvo lugar tres años después de la ascensión. 
2. Se trata de un hecho decisivo que ha influido en toda la historia de la Iglesia, no solo en el cristianismo primitivo. Pablo si que era un fariseo de pura sangre, afincadísimo en sus tradiciones nacionales, firme en la idea de un Mesías político, que no duda en combatir abiertamente a los que salen de esa ortodoxia. Esto no le da ningún escrúpulo. Él lucha por la ley de Dios dada a sus padres. Para un fariseo esa ley no admite más interpretaciones que la que se ha venido dando entre ellos. Pablo estaba tan convencido de que no duda en matar y morir por ello, nos lo dice él mismo en sus cartas (Gal 1,13-16; Filp 3,4-6). 
3. Pero se le aparece Cristo en el camino a Damasco y aquel furioso perseguidor de los cristianos se convierte inmediatamente en apóstol de Cristo, hasta el punto que para él, “El vivir es Cristo y una ganancia el morir” (Filp 1,21). La transformación completa de su ser es tal que puede afirmar “Ya no soy el que vivo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Nada puede frenar su celo por difundir la doctrina que antes tan encarnecidamente persiguió (2 Cor 11,26). 
4. Este hecho tan singular, este cambio tan radical, no tendría ninguna explicación si no se le hubiera impuesto a Pablo la verdad de la resurrección. Verdad que Pablo no estaba dispuesto a admitir, para la que no estaba en modo alguno preparado, sino todo lo contrario. Por eso, para que Pablo se convirtiera tuvo que ser la resurrección algo tan evidente, real e indudable que su mundo se vino todo abajo. Y se abrió a otro sentido totalmente distinto. Pablo, de perseguidor fanático del cristianismo, se convirtió en ardiente Apóstol de Cristo. Por eso, él dirá: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1Cor 15,17). También sería vana su fe, es decir, la de Pablo. Su conversión debido al encuentro personal con Cristo resucitado, es una prueba más de la resurrección de Jesús. 

h) LA FE DE LA IGLESIA PRIMITIVA 
1. La fe vivísima y el entusiasmo de la Iglesia primitiva que tuvo, que se manifestó en la gran fuerza expansiva, que comenzó con la predicación del Evangelio, a pesar de las persecuciones que sufrieron en esos primeros siglos los cristianos, no se explica sino con la resurrección de Cristo. Precisamente porque no pocos de ellos, hasta quinientos fueron los testigos presenciales de Cristo resucitado, vivieron con intensidad inusitada esa fe de la experiencia de algo que marcó todas sus vidas. Los que no habían sido testigos directos estaban en contacto con ellos. Esto es muy distinto de oír sus relatos a cabo de siglos. Por eso, era tan viva la fe de la Iglesia y su ansia de espera a la venida de Cristo resucitado en la parusía. 
2. Que toda esa comunidad en su origen fundamentalmente judía, haya cambiado sus categorías tradicionales sobre el Mesías, haya renunciado a los sueños de grandeza política de Israel en el mundo, e incluso a sus prácticas judías, no se explica sin el hecho del todo excepcional, de la resurrección de Cristo. Tenían que estar íntimamente convencidos y podían estarlo como nadie, por esta presencia de los testigos inmediatos. 

D. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS ¿ES UN HECHO HISTÓRICO?
1. Los racionalistas no admiten que sea un hecho histórico, porque para ellos esto no es algo que le ocurre a Cristo, sino sólo a los Apóstoles. Ya hemos visto que en eso no tienen razón en el fundamento de su afirmación. Pero admitiendo la resurrección como un hecho objetivo, muchos exegetas protestantes y católicos no admiten que sea histórico y distinguen los dos conceptos. Con el término objetivo, admiten algo real, no sólo en los Apóstoles sino en Jesús mismo. 
Por otra parte, por histórico entendemos un hecho constatable por la experiencia. Lo que es histórico en la resurrección, son los hechos que le siguen y no tienen explicación más que con la resurrección. En este sentido, diríamos que la resurrección es un hecho indirectamente histórico. La resurrección de Jesús no es como la de Lázaro, Jesús lo resucitó para que continúe su vida terrena como la de antes. La resurrección de Jesús la podemos llamar escatológica, su cuerpo tiene propiedades que no son de este mundo, ya no vive completamente como uno de nosotros. Él ha salido del campo de la historia. En este sentido se puede aceptar que la resurrección no entra propiamente en la historia, sino indirectamente. La resurrección de Jesús, no obstante, es un hecho objetivo, que ha dejado sus huellas en la historia. 

E. ¿QUÉ SENTIDO DAN LOS APÓSTOLES A SUS AFIRMACIONES SOBRE LA RESURRECCIÓN? 
1. Ante todo, que es un acontecimiento tan real como el de la muerte en la cruz aunque sea diferente. Es frecuente en el anuncio de la resurrección arrancar de la pasión, dando a ambas cosas el mismo valor en cuanto a realidad: “Murió… según las Escrituras… y resucitó… según las Escrituras” (1 Cor 15,3-4). 
2. Entienden por resurrección la vuelta a la vida desde el estado de muerte. Es frecuentísima la fórmula: “Resucitó de entre los muertos” o “de la muerte” (Hec 3,15; 4,10; 1Cor 15,12-20). Por eso no tienen sentido el que las mujeres vayan al sepulcro “buscando entre los muertos al que está vivo” (Lc 24,5). 
3. La resurrección tal y como lo explican los Apóstoles no es solamente la vuelta a esta vida y a nuestro mundo espacio temporal. Aquí no es como la resurrección de Lázaro, por ejemplo, que resucitó para volver después, a morir. Es un pasar a la vida definitiva, al estado estrictamente escatológico. Es “el primero en la resurrección de los muertos” (Hec 26,22-23). Ellos entendieron una resurrección corporal, total el hombre Jesús o de la humanidad de Jesús, toda entera. 
4. La identidad del resucitado es la de aquel que “murió, fue sepultado y resucitó al tercer día” (1 Cor 15,3-4). O como dirá san Pedro: “A éste Jesús, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos” (Hec 4,10). O como dice el Apocalipsis: “Yo soy el que vive; estuve muerto y de nuevo soy el que vive por los siglos de los siglos…”(Apoc 1,18). Sólo en el relato de los discípulos de Emaús se usa cinco veces el pronombre “el mismo” para referirse a Jesús, con lo que se está subrayando la identidad existente entre el resucitado y Jesús que habían tratado y conocido ellos. 
5. Respecto a la referencia al cuerpo crucificado de Jesús, todos los evangelistas hacen notar el hecho del sepulcro vacío. Al tratarse de la resurrección tiene que tener el significado de que ese cuerpo ha resucitado, Hay que tener en cuenta de que las mujeres van en busca del cadáver para embalsamarlo. Sin embargo, les dicen que “¿por qué buscan entre los muertos al que vive?” (Lc 24,5). Eso quiere decir que ese cuerpo ya no es cadáver, ya no está entre los muertos. Para que no pueda haber duda sobre esto, conserva la llaga de los clavos y la lanzada y precisamente les muestra como señal de identidad, como el Jesús que ellos habían conocido y que era el mismo que había sufrido en la cruz. 
6. Junto a esta continuidad se afirma una discontinuidad en cuanto a que el estado es diferente. Ya no está permanentemente con ellos, aparece y desaparece. Es una propiedad de ese cuerpo glorioso. Tampoco existen los obstáculos de las paredes, puede subir derecho hacia la atmósfera… conserva la corporeidad, tiene carne y huesos, no es puro espíritu. Pero su cuerpo no está en el estado natural en que nos encontramos en este mundo. Y es que propiamente ya ha salido de él y sólo accidentalmente vuelve a él. 
7. Respecto a la naturaleza de las apariciones se debe decir que no se trata de visiones. Las distinguen perfectamente de otras que son tales. Jesús se había mostrado a Pablo en diversas ocasiones (2 Cor 12,1). Pero, sus credenciales de testigo de la resurrección las basa sólo en la aparición en el camino de Damasco (1 Cor 15,6). Esto fue un hecho distinto, no una visión, sino un acontecimiento real, algo que está afuera, y puede ser aceptado por los sentidos. Por eso es testigo. También tuvo una visión Ananías en Damasco, pero no por eso se le equipara a los testigos de la resurrección. Las apariciones tienen semejanza de una a otra en sus elementos fundamentales. Tanto que ha habido quien ha pretendido reducirlas todas a una. Pero eso no es posible. La de Pedro se distingue de la de los discípulos; igualmente la de Pablo, la de Emaús, la de los quinientos hermanos, etc. Cada una tiene características singulares. Además Lucas señala expresamente: “Se manifestó vivo a los Apóstoles con muchas señales demostrativas, dejándose ver durante cuarenta días” (Hec 1,3). Si se dejaba ver a lo largo de esos días, no podía ser una sola manifestación. Por otra parte, también dice Pablo: “Él se apareció durante muchos días a los que habían subido con él de Galilea y que ahora son testigos suyos ante el pueblo” (Hec 13,31). 

F. LA RESURRECCIÓN DE CRISTO, GARANTÍA DE LA NUESTRA 
El hombre, sin Cristo, se queda solo frente a la muerte. ¿Cómo podrá superar las angustias del presente? ¿Qué sentido tendrá para él, si es que tiene alguno, la vida humana? Las religiones universales: Hinduismo, Budismo y el Islam, como hemos visto, han dado su respuesta. Las religiones seculares como el Humanismo y el Marxismo, también. Todas estas religiones enseñan al hombre, aunque en distinto grado y medida, cómo resignarse ante la fatalidad. Según el humanismo y el marxismo, el hombre desaparece personalmente con la muerte. Su fin es absoluto. 
El cristianismo, por el contrario, asegura al hombre que Cristo, con su resurrección ha vencido a la fatalidad. Le infunde la esperanza de que un día amanecerá con una existencia personal y renovada… en trato unos con otros… y de todos con Dios. Dios hará con el hombre lo que hizo con Cristo. 
En la Biblia, la resurrección de Cristo aparece tan estrechamente relacionada con la de los cristianos que, si se admite una, hay que admitir la otra, y si se niega una, hay que negar la otra (1 Cor 15,12-18). Sería como si de un niño naciera sólo la cabeza viva y operante, pero sin los demás miembros. Tal posibilidad es absurda. 
Cuando todas las cosas sean consumadas “para el nuevo nacimiento”, los muertos que están en lo sepulcros resucitarán, no con el cuerpo histórico, sino con otro acomodado a la nueva creación. Dice el Apóstol san Pablo: “Se siembra en corrupción, se resucita en incorrupción, se siembra en vileza, se resucita en gloria… se siembra en cuerpo humano, se resucita en cuerpo espiritual” (1 Cor 15,42-44). Será un cuerpo igual al que teníamos antes, aunque distinto. Igual porque volveremos a ser nosotros mismos. Distinto porque ya no resucitaremos como Lázaro, para vivir de nuevo en la carne y sangre perecederas. 

G. ¿CÓMO RESUCITAREMOS?
¿Con qué edad resucitarán los cuerpos? Si uno era cojo, ¿seguirá siendo cojo? Si uno era feo, ¿continuará siendo feo? Si uno era simpático, ¿perderá ahí su gracia? Preguntas así por el estilo se hace mucha gente. ¿Cómo satisfacer tanta curiosidad? ¿No responderán estas interrogantes a conceptos demasiados terrenos? Desde luego, la Biblia nada dice al respecto. Sin embargo, en la nueva creación todo será perfecto. Allí no cabe la imperfección.

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