A. PRELIMINARES
a) LA ESPERA DEL MESÍAS
Los judíos esperaban desde hacía siglos a un enviado especial de Dios, que en su lengua (Hebreo) era el “Mesías” y en griego “Cristo” que significa “ungido”. La espera fue durante siglos el centro de su historia. Una serie ininterrumpida de profetas habían descrito su vida y su mensaje, precisando siempre más claramente su figura.
En el tiempo de Jesús, la espera era vivísima y encontramos reflejos de ella en muchos lugares del Evangelio, (Mt 2,2.5; Jn 1,19; 6,14; 7,31). La noticia de esta espera había llegado, como hemos visto, hasta otros pueblos. De ella habla Tácito al describir los prodigios acontecidos en el asedio a Jerusalén. También Suetonio en la vida de Vespasiano y el mismo Virgilio en la Egloga IV.
b) VERDADERO CONCEPTO DEL MESÍAS
En sus vaticinios los profetas habían hablado de un Mesías que venía a traer la salvación espiritual de la humanidad e inaugurar una nueva era de relaciones entre Dios y los hombres, con la fundación de un Reino de Dios en el cual entraran todos los pueblos del mundo.
Este Reino mesiánico había de consistir ante todo en la liberación del pecado y en el restablecimiento de la amistad entre Dios y los hombres. A este fin el Mesías sacrificaría su propia vida como sacerdote y víctima al mismo tiempo.
c) FALSO CONCEPTO DEL MESÍAS
En los últimos siglos anteriores a la era cristiana este concepto se fue paulatinamente deformando. El pueblo había trasformado el reino mesiánico en un período de prosperidad material, obtenido sin fatiga y peligro, y en la liberación de la dominación extranjera.
Los rabinos añadían a esto la idea de un líder político y restaurador de la monarquía davídica, cuyo reino sometería a todos los reinos de este mundo. Una tercera corriente hacía coincidir la venida del Mesías con el fin del mundo. El Reino mesiánico para estos sería en la otra vida. En los evangelios se encuentran ecos de todas estas concepciones (Jn 6,15; 12,34; Lc 1,46-56; 1,68-75; 2,29-32; 2,38; Mt 3,2-12)
B. JESÚS SE PROCLAMA MESÍAS
a) PRUDENCIA AL INICIO DE LA PREDICACIÓN
Por causas de estas deformaciones, Jesús usó una táctica de prudencia al comienzo de su vida pública en la proclamación de su mesianidad. Antes de presentase como Mesías, quiso preparar al pueblo para que comprendiera la verdadera naturaleza del Mesías.
Esta conducta prudente, unida al prejuicio racionalista de la imposibilidad de la sobrenatural, es lo que ha hecho pensar a no pocos eruditos, empezando por Renan, que la conciencia mesiánica surgiera en Jesús como consecuencia del éxito de su predicación.
b) CONCIENCIA MESÍANICA DE JESÚS DESDE EL COMIENZO DE SU VIDA PÚBLICA
Un examen sincero del Evangelio demuestra por el contrario que esta conciencia mesiánica estaba en Jesús desde el principio de su vida pública. Así:
1. Juan lo reconoce en el Bautismo y lo saluda después como: “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29-31), que es un título mesiánico (Is 53,7- 12). Además vio bajar sobre Él al Espíritu santo en forma de paloma, lo que estaba también anunciado en los profetas (Is 11,2; 61,1).
2. Esta conciencia aparece clara por parte de Jesús, al comienzo de su vida pública, en la respuesta que da a los discípulos que envía el Bautista cuando éste estaba preso. La pregunta había sido directa: ¿”Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?” (Mt 11,3). La respuesta de Jesús con las obras que atestiguaron los profetas (Is 26,19; 29,18; 35,5; 61,1), es mucho más elocuente y positiva que la misma afirmación. En el ambiente de entonces no hay duda de que se está refiriendo al Mesías El mismo pasaje lo trae Lucas 7,18-23.
3. Es quizá anterior y más claro el testimonio con que empieza su predicación en Nazaret, atribuyéndose a sí un texto mesiánico de Is 61,1-1 y Sof 2,3, en Luc 4,16- 28. La reacción de los nazaretanos, al principio admirativa, acaba siendo tan contraria y se sienten tan escandalizados de las pretensiones de Jesús, que pretenden despeñarlo. Lo que confirma la atribución mesiánica, que fue bien entendida aunque nunca creída.
4. También en Marcos aparece esta conciencia de Jesús al comienzo de su predicación. En la expulsión de los demonios que le aclamaban como Santo de Dios y que Jesús los hace callar (Mc 1,24). Esto tienen referencia; en aquel ambiente de expectación; al Mesías. Y todavía es más claro otro texto cercano: “Y no dejaba hablar a los demonios, porque sabían quién era” (Mc 1,34)
5. Lo mismo ocurre en el Evangelio de Juan que aparece en el que se manifiesta abiertamente como Mesías a la Samaritana (Jn 4,25-26), y deja que le reconozcan los samaritanos como “el Salvador del mundo” nada menos (Jn 4,42). Y a Nicodemo le había dicho: “Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único (Jn 3,16), no podía tener más referencia que él mismo. Por tanto, la conciencia de su mesianidad estaba clara desde el inicio, según el testimonio de los cuatro evangelistas.
c) LA PROCLAMACIÓN SE VA HACIENDO MÁS CLARA
Posteriormente la proclamación de su mesianidad se va haciendo cada vez más clara, así:
1. La Teofanía bautismal, es una investidura profética que no tiene parangón en todo el Antiguo Testamento se ha de desprender por lo menos que se trata del Mesías, pues se le presenta como “Hijo predilecto” o “único” en Mt 3,12 y Mc 1,11. Es más claro el sentido de Hijo único en Lc 3,22.
2. De igual modo se ha de desprender al menos eso en los relatos de la transfiguración Mt 17,1-9; Mc 9,1-10 y Lc 9,28-36. Pues el título que se le da como “Hijo muy amado” o “Mi Hijo, el elegido”, tiene que suponer por lo menos el título de Mesías.
3. Lo mismo ocurre con la confesión de Pedro, en la que en los tres sinópticos se le da el título claro de Mesías, que Jesús lo acepta (Mt 16,13-20; Mc 8,27-30; Lc 9,18- 21)
4. Con mucha frecuencia acepta el título de “Hijo de Dios” que le dan y que por lo menos tienen que tener el sentido de Mesías ya que se le atribuye como algo muy especial, y este título en singular no se da en el Antiguo Testamento mas que con relación al pueblo todo de Israel o a David (Dt 32,6; 2 Sam 7,14), por lo que también se le podía aplicar al Mesías que era el Hijo de David por excelencia. Y este título de “Hijo de Dios” se la da con mucha frecuencia (Mt 2,15; 3,17; 4,3; 8,29; 14,33; 21,37)
d) APLICACIÓN DEL TÍTULO “HIJO DEL HOMBRE”
El mismo Jesús se aplica con frecuencia este título, unas 80 veces, y se lo aplica únicamente a Él mismo y a ningún otro.
El aplicar este nombre a Jesús no parece haber estado en uso entre los primeros cristianos, ya que solamente en Hec 7,55 se lo aplica Esteban a Jesús y eso en un ambiente profético de revelación. La comparación entre sí de los diversos textos paralelos y de sus contextos, muestran claramente que se está refiriendo a sí mismo al hablar de este “Hijo del hombre”, este título es ciertamente un título mesiánico (Dn 7,13-14)
La mayor parte de los autores están de acuerdo en que este uso es intencionado por parte de Jesús y que está señalando la profecía de Daniel, ya que muchas veces tienen también este sentido escatológico. La tradición judía posterior a Daniel también utiliza este título en sentido individual, con referencia al Mesías, así en los libros de Henoc y Esdras IV, lo que prepara el terreno para el uso de Jesús en el mismo sentido.
El título se lo aplica en todos los evangelistas: en Mt 31 veces, en Mc 14, en Lc 24 y en Jn 11. Además se encuentra en ocasiones en que Jesús se atribuye poderes o misiones especiales como: “perdonar los pecados” (Lc 5,24), que “su autoridad es superior a la Ley” (Lc 6,5), “mayor que el Templo” (Mt 12,6.8), con relación a la pasión (Lc 9,22) y a la entrada en su gloria (Lc 24,7), lo que indica claramente su intención de un uso en sentido propiamente mesiánico.
e) ENTRADA TRIUNFAL A JERUSALÉN
Jesús en la entrada triunfal a Jerusalén también acepta el título equivalente. “Bendito el rey que viene en nombre del Señor…” (Lc 19,38), que es la expresión del Salmo 118,26 que tiene referencias claramente mesiánicas. En Mt 21,9 además de esta frase, se le proclama “Hijo de David”, con igual referencia mesiánica, y además se añaden citas de Is 62,11; y Zac 9,9 igualmente mesiánicas.
No cabe la menor duda de que la cosa era bien clara por la reacción de los fariseos, que estaban entre la gente, que le llamaron la atención precisamente para que se fijara bien en lo que decían de Él las turbas, para que se diera bien cuenta de lo que significaban sus aclamaciones. Y la respuesta de Jesús fue bien contundente: “Os digo, que si estos callan hablarán las piedras” (Lc 19,40). Esa es una aceptación, clara, explícita y rotunda. En Mt 21,16 es también clara.
f) DELANTE DE CAIFÁS
Delante de Caifás fue la afirmación más clara y comprometida. Estaba reunido en pleno el Sanedrín y allí el Sumo Sacerdote le dirigió estas solemnes palabras: “Te conjuro en nombre del Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” (Mt 26,63-64)
Los otros dos sinópticos hacen también referencias claras al Mesías en los lugares paralelos (Mc 14,61; Lc 22,67). Marcos en vez del “Hijo de Dios” pone “el Hijo del Bendito”, que dicho así por antonomasia no podía referirse más que a Yavhé, cuyo nombre no se pronunciaba. Lucas es el que divide la pregunta en dos, una solo hace referencia al Mesías (Lc 22,67) mientras que la otra se refiere al “Hijo de Dios” (Lc 22,70).
En esas circunstancias no se podía dar una respuesta ligera, no era sólo la solemnidad y el juramento, sino que estaba en juego su vida y Jesús dio esa respuesta clara y solemne: “Si, tú lo has dicho” (Mt 26,64).
Todavía en Mc y Lc la respuesta se hace aún más clara: “Yo soy”, que además tiene el eco del nombre de Yahvé, nombre divino propio de Dios. No hay la menor duda de que esta respuesta tiene el significado de proclamarse por lo menos Mesías. La frase que sigue en los tres sinópticos de estar “Sentado a la diestra del Poder de Dios y venir sobre las nubes del cielo” (Mt 26,64) igualmente confirman por lo menos este significado.
Por lo que no puede caber la menor duda de que Jesús se proclama claramente como Mesías y que tiene conciencia de ello desde el primer momento.
C. JESÚS PROCLAMA SU DIVINIDAD
Jesús no sólo se manifiesta como Mesías, enviado especial de Dios, sino que se proclama a sí mismo Hijo de Dios. Esta afirmación es colosal y única, pues no se da en ningún otro fundador de religión alguna.
En el cuarto Evangelio (Juan) la afirmación de la divinidad es tan frecuente y clara que a algunos les parece sospechosa, es decir, debido a la fe pascual del evangelista. Por ello, examinaremos primero los sinópticos, porque si en ellos aparece bien clara esta afirmación, no habrá dificultad en admitir las afirmaciones del cuarto Evangelio.
a) AFIRMACIÓN DE LA PATERNIDAD DIVINA
Jesús afirma su paternidad divina en sentido propio en los sinópticos, así:
- Jesús se atribuye la filiación divina de un modo enteramente único, por la forma del todo singular con que llama a Dios: Padre. Verdad que en el Antiguo Testamento era Dios el Padre del pueblo escogido y por eso se les dice en plural: “Hijos sois de Yahvé, vuestro Dios” (Dt 14,1), y además se trata expresamente de una paternidad adoptiva, no real (Dt 32,6), fundada en el hecho creador, porque tenemos nuestros propios padres, pero independientemente a Dios (Sal 27,10), al que podemos llamar Padre por la ternura con que nos trata (Sal 103,13). Pero en singular sólo se le aplica al rey David (2 Sam 7,14) y en el libro de la Sabiduría se le aplica al justo (Sab 2,13). Pero jamás un judío se atrevía llamarse a sí Hijo de Dios en singular.
- Mientras que Jesucristo se aplica esta paternidad singular de la manera más natural y frecuente, llamando a Dios “mi padre” (Mt 7,21; 10,32; 12,50; 15,30; 16,17; 18,10 Lc 2,49; 10,22, etc). Igualmente habla de “su padre”, al hablar en tercera persona, como Hijo del hombre, pero refiriéndose a Él (Mt 16,27; Mc 8,38; Lc 9,26). Hablando a los judíos sobre Dios les dice: “vuestro padre” (Mt 5,16; 6,1; 14,15; Mc 11,25; Lc 6,36; 12,30. Y también se refiere a Dios como Padre de ellos en singular: “Tu padre” (Mt 6,4.6.18).
- Pero, a pesar de las múltiples ocasiones que habla de Dios como Padre, cuya persona es ciertamente la misma para su Padre que para el de los judíos, jamás usa el término “nuestro padre”. La única vez que se expresa así es para enseñarnos como le debemos llamar nosotros al rezar: “Vosotros, pues, orad así: Padre Nuestro…” (Mt 6,9). Jamás mezcla su filiación divina con la nuestra, porque no está en la misma línea, porque es cosa diferente. Esta es la única explicación.
- La razón que se da en el Evangelio de Juan de por qué le querían apedrear era: “Porque llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios” (Jn 5,18). O sea que esto lo comprendieron bien los mismos judíos que le escuchaban. Es también en Juan donde se señala más nítidamente esta diferencia: “Voy a mi Dios y a vuestro Dios, a mi Padre y a vuestro Padre” (Jn 20,17).
- Y es Mc el que pone en labios de Jesús, un modo, el más íntimo modo de dirigirse un judío a su propia padre, lo que jamás se le hubiera ocurrido aplicárselo a Dios: “Abba”= Padre= papito, papacito. Esta palabra sólo la usaba el hijo en el trato íntimo con su propio padre y es lo que empleó Jesús (Mc 14,36) en la oración del huerto. Es otro modo de indicarnos la naturaleza especial de sus relaciones con el Padre.
- Por eso su interés en que investiguen de quién es Hijo el Cristo y que no se contenten con decir que es Hijo de David, porque entonces no tendría sentido el Salmo: “Dijo el Señor a mi Señor, siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies” (Salmo 110,1). Si, David le llama señor, ¿cómo puede ser Hijo suyo? (Mt 22,45; Mc 12,35 y Lc 20,41).
Es, pues, esta una forma indirecta pero clara de llamarse Hijo de Dios, mostrar claramente la diferencia de la paternidad de Dios con respecto a Él y a ellos. Sería demasiado chocante la afirmación explícita de que Él, un hombre era Hijo de Dios, a no ser que fuera provocado, como en el caso de Caifás. Así la afirmación se hace más discreta, pero no menos clara.
b) EL LLAMADO COMMA JOANNEO
Se refiere a la cita de Mt 11,27 y Lc 10,22: “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquellos a los que el Hijo quiere dárselo a conocer”
- Precisamente, porque implica una clara afirmación de la divinidad, se ha pretendido ver en este texto algo propio de Juan. Y es verdad que tiene algo del estilo y del pensamiento de Juan (Jn 3,35; 17,2; 7, 29; 10,14-15). Pero también en Mateo aparece en otros lugares parte de ese mismo vocabulario (Mt 28,18; 3,17; 4,3; 27,40; 8,29; 14,33; 16,16).
Todo esto prueba que la cita no es tanto joannea cuanto mateana y sinóptica. Y el mismo hecho de que no la traiga Juan, sino dos evangelistas sinópticos.
El sentido de la cita no es muy difícil: “Todo me ha sido entregado…”. La primera frase tiene relación por lo menos con todo lo que se refiere a la instauración del reino, como se dirá más tarde: “Se me ha dado todo poder en el cielo” y en la tierra por lo que al menos se ha de referir al orden del conocimiento y aquí se trata de un conocimiento exclusivo e idéntico por parte del Padre y del Hijo, lo que implica la unidad de la naturaleza.
El conocimiento que el Padre tiene del Hijo, tiene que ser pleno y absoluto es decir, propio de Dios. Pero este mismo conocimiento con su plenitud es el que tiene el Hijo con respecto al Padre, por tanto, el propio de Dios, para lo que hace falta ser Dios. Por eso mismo es que puede revelar el Hijo al Padre, porque es Dios, ya que revelar es propio de Dios. La afirmación de la divinidad es clara e iterativa en esta frase.
c) JESÚS ANTE EL SANEDRÍN (Mc 14,55-64; Mt 26,59-66; Lc 22,67-71)
Quizá la afirmación más clara por parte de Jesucristo mismo de su divinidad la tengamos aquí por parte de los Sinópticos. Ante las declaraciones contradictorias de los falsos testigos, que no conducían a nada, Caifás interroga directamente a Cristo. Él ya había decidido con anterioridad la necesidad de su muerte para la salvación del pueblo (Jn 11,50), por eso va directamente a sacar algo del mismo Jesús, que sea motivo de la muerte, ya que no la pueda obtener de los testigos. Ya hemos visto que la pregunta de Caifás es doble en los Sinópticos: “Yo te conjuro por Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo, el Hijo de Dios” (Mt 26,63). En Mc 14,61 es “el Hijo del Bendito”, que es en la práctica lo mismo, pues no se podía referir con ese título empleado así, por antonomasia, más que a Dios.
El problema está en ver si en esta pregunta lo que quería expresar Caifás era la filiación divina propia o solamente la adoptiva, incluida ya en el mismo concepto del Mesías. Caifás buscaba ciertamente un motivo para condenarle a muerte y no lo hubiera sido el hecho de que se declare hijo adoptivo de Dios. Además a Caifás habría llegado ciertamente la parábola de los viñadores homicidas, en la que se habla de matar al hijo heredero, es decir al propio (Mt 21,37). Y esta parábola la oyeron los fariseos y aun los sumos sacerdotes (Mt 21,45) e igualmente pudieron llegar las otras afirmaciones de Jesús sobre su divinidad como la de Mt 11,27 (“Nadie conoce…”) y las de Juan. No es que Caifás las creía pero sí que estas afirmaciones se decían en sentido de filiación natural y propia. Y lo podía preguntar en ese sentido, porque aquí si que podía hallarse una causa de condenación a muerte.
Otro problema está en la respuesta de Jesús. No cabe duda de que es afirmativa en todos los Sinópticos, pero la cuestión está en ver si la afirmación se refiere sólo al primero de los términos o también al segundo y en ese sentido propio. Lo obvio es que cuando a una doble pregunta se da una sola respuesta, esta es complexiva y comprende a las dos por las que se le ha preguntado. Esto se ve aún más claro en Lc pues es el único que separa las dos cosas haciendo una doble interrogación, con una doble respuesta. Si ya en la primera hubiera estado suficientemente clara la respuesta (Y lo hubiera estado de referirse sólo al Mesianismo), no hubiera hecho falta esta otra pregunta. Luego tiene que tener claramente un sentido ulterior, más profundo, lo que solo cabe en la filiación entendida en sentido propio.
Que Jesús habla en este sentido de filiación lo confirma la frase siguiente en Mt 26,64: “Jesús le respondió: Así es, tal como acabas de decir; yo les anuncio además que a partir de hoy ustedes verán a, Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes”, que precisamente hace alusión al Salmo 110,1 sobre el que ha interrogado Jesús: “Si, pues, David le llama Señor, ¿Cómo puede ser hijo suyo?” (Mt 22,45), aludiendo sin duda a una filiación que va mucho más arriba, hasta el mismo Dios. Además la teofanía misma a la que se hace alusión, está implicando también esta participación en el poder de Dios y en su misma naturaleza.
Que Caifás y el Sanedrín lo entendieron en el sentido de una proclamación de filiación divina propia, está en el hecho de declararlo blasfemo y condenarle a muerte. Si Jesús, sólo se hubiera declarado Mesías, o ellos así lo hubieran entendido, no lo podían acusar de blasfemo y, por lo tanto, no debían matarlo.
Esta está claro por lo que ocurrió cuando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén; ante las aclamaciones de las turbas, que indicaban su calidad de Mesías, los fariseos se indignan, pero no lo acusan de blasfemia al aceptar esas aclamaciones. Únicamente le advierten para ver si las rechaza, pero lo único que consiguen es una aceptación explícita de ellas y tampoco entonces le acusan de blasfemo.
Sin embargo, es en otra ocasión cuando piensan que blasfema y es cuando perdona los pecados del paralítico (Mc 2,5-7). Lo hacen con toda lógica, pues solo Dios puede perdonar los pecados y él al perdonarlos se hace Dios. Y esto sí para ellos es una blasfemia, pues va directamente contra la unicidad de Dios tal como ellos la entendían. Lo que no se puede decir al declararse Mesías, esto no es considerado blasfemia. Los fariseos saben muy bien distinguir estas cosas, como vemos en los dos casos citados.
También lo distinguía claramente el pueblo, como se ve en la respuesta que da la turba a Jesús: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios” (Jn 10,33). Aquí sí que estaba para ellos la blasfemia, tanto para los fariseos como para la turba. Por tanto, si le acusan a Jesús de blasfemia es porque entendieron su respuesta en este sentido de filiación propia.
Esta causa de condenación se ve confirmada por el testimonio de Juan 19,7: “Nosotros tenemos una ley y, según esa ley, debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios”. Esa ley era contra la blasfemia: “El que blasfeme el nombre de Yahvé será muerto; toda la comunidad lo apedreará. Sea israelita o extranjero, si blasfema el Nombre de Yahvé, morirá” (Lev 24,16). Esto era para ellos una blasfemia. Era el único motivo verdadero de muerte para Jesús por parte de los fariseos y los miembros del Sanedrín.
Ante esta interpretación clara por parte de los sanedritas de la respuesta de Jesús en sentido de Hijo natural o propio de Dios, si realmente, no hubiera sido esta la realidad, ni el sentido que Jesús quería dar a sus palabras, tenía que haberlo indicado claramente, tenía que haberles hecho comprender su verdadero sentido. No podía permitirles un error en algo tan serio y solemne. En caso contrario él hubiera sido el único culpable de su muerte. Lo que es del todo inadmisible. Luego Jesús también pronunció estas palabras en el sentido propio de su filiación divina. Por eso es una afirmación del todo clara y la más solemne, delante del Sanedrín que representa la autoridad del Pueblo de Israel.
Tan claramente afirmó Jesús que era Dios, que eso fue lo que le acarreó, en definitiva, la sentencia de condenación y en eso están de acuerdo los tres Sinópticos, aunque lo explicite mejor Juan. Por lo que en los Sinópticos también está clara la proclamación de Jesús como Hijo propio de Dios, y con toda solemnidad.
d) JESÚS OBRA COMO DIOS EN LOS SINÓPTICOS
Jesús no sólo declara explícitamente su divinidad, sino que obra, actúa y se expresa frecuentemente como Dios.
Se atreve a corregir la Ley con todo aplomo: Jesús, un judío en el ambiente palestino de veneración por la Ley, que frecuenta la sinagoga… y sin embargo, al comienzo de su vida pública comienza a corregir la Ley con toda fuerza: “habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás, pues yo os digo… y el que le llame renegado será reo de gehena de fuego (Mt 5,21-22). Está corrigiendo o perfeccionando el Éxodo 20,13.
Y sigue: “Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio, pues yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en el corazón” (Mt 5,27-28). Nuevamente corrige y perfecciona la Ley, nada menos que el Decálogo de Moisés (Ex 20,14). Y continúan las expresiones semejantes en ese mismo capítulo 5 de Mateo, usando expresiones parecidas hasta cuatro veces más, poniéndose Él sólo en frente y en contra de toda la legislación judía anterior.
Sólo Dios puede cambiar y perfeccionar lo que Dios ha legislado, como dirá muy bien el mismo Jesús en relación al matrimonio: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre” (Mt 19,6). El caso es semejante, la Ley Mosaica fue dada por Dios al pueblo de Israel (Ex 20,22). Luego sólo Dios la podía cambiar o a lo sumo alguien en nombre de Dios, como enviado suyo. Jesús la cambia en nombre propio: “Pues yo os digo”. No es ningún legado, que obra en nombre de otro. Cambia tajantemente la Ley de Dios, eso es obrar sencillamente como Dios. Y sus palabras en vez de suscitar escándalo, a aquel pueblo tan amante de la Ley, suscitan admiración: “Cuando Jesús terminó estos discursos, lo que más había impresionado a la gente era su modo de enseñar, porque hablaba con autoridad y no como los maestros de la Ley que tenían ellos” (Mt 7,28-29). Todo esto nos da a entender que se impone como Dios.
Tiene exigencias que sólo caben en Dios: “Tomad sobre vosotros mi yugo” (Mt 11,29); proclama dichosos a los perseguidos por su causa (Mt 5,11). En el juicio final todos serán juzgados por la conducta que habrán tenido con Él y por Él (Mt 25,34-36. 42-43). Lo que se niega o se hace al prójimo, se niega o se hace a Jesús mismo (Mt 5,40.45). Y quién dará en el juicio final el premio o el castigo definitivo será Él, el Hijo del Hombre, Cristo. El único que puede juzgar en definitiva es Dios. Eso es afirmar que Él es Dios. Tiene exigencias de Dios, premios y castigos eternos de Dios, luego, eso es proclamarse abiertamente Dios.
Llega a decir: “El que ama a su padre o madre más que a mi, no es digno de mí” (Mt 16,25) ¿Quién es Él para pretender ser amado más que el padre, la madre, la hija…? Sólo Dios puede pretender tal cosa. Y Jesús la pretende, está obrando como Dios.
Incluso añade: “Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero el que la pierda por mí, la encontrará” (Mt 12,30). ¿Quién puede exigir dar la vida por él? Sólo Dios puede pretender que le amemos más que a nosotros mismos. Pues Jesús lo hace, luego está obrando como Dios.
Ante Él se tienen que pronunciar todo el mundo: “El que no está conmigo está contra mí” (Mt 12,30). Sólo Dios puede tener pretensión semejante. Jesús tiene esa pretensión, luego se está manifestando como Dios.
En las curaciones se muestra como dueño y Señor absoluto, como Dios. Él es el que cura, por sí mismo y porque Él quiere: “Quiero, sé limpio” (Mt 8,3). Se muestra con pleno dominio sobre la naturaleza toda: “Increpó al viento y dijo al mar: calla, enmudece” (Mc 4,39).
Incluso se atribuye el poder de perdonar los pecados (Mc 2,5) y los fariseos piensan que blasfema, porque perdonar los pecados es algo sólo propio de Dios (Mc 2,7) Pero Él prueba que tiene ese poder de perdonar, curando al paralítico, para que vieran que su Palabra es del todo eficaz: Quien obra como Dios en la curación, puede también obrar como Él en el perdonar.
Incluso llega a conceder el don de hacer milagros a sus discípulos (Mt 10,8) y ellos lo hacen en su nombre (Lc 9,49) Y se podría continuar citando casi todo el Evangelio. Por lo que podemos concluir que Jesús proclama claramente su divinidad en los Sinópticos, con sus palabras y sus obras, implícita y explícitamente.
e) TESTIMONIO DE SU DIVINIDAD EN JUAN
El testimonio de Cristo manifestado en su divinidad es mucho más claro en el Evangelio de Juan, que no se recata en decir que ha escrito su obra con este fin (Jn 20,31).Por eso, para no tener que citarlo todo entero, vamos a acudir a algunos de los pasajes más importantes.
- La curación del paralítico en día sábado Jn 5,1-18. A los judíos que protestaban por esta, para ellos, violación del sábado, Jesús les responde: “Mi Padre trabaja hasta ahora y yo también trabajo” (Jn 5,17).
Una de las razones más tradicionales de la santificación del sábado era precisamente que Dios había cesado el trabajo de la creación el día séptimo (Gen 2,2-3). Por eso, Jesús para justificar su acción acude al hecho de que su Padre, no cesó entonces de trabajar verdaderamente, sino que sigue trabajando.
Es evidente que se está refiriendo a Dios. El hecho de que Él se le iguale en el trabajo, supone la identificación de su naturaleza con la divina. Por eso, Él también puede trabajar, al igual que Dios, su Padre. A los judíos les estaba prohibido el descanso, por la Ley, pero a Él no, porque Él está en la línea misma de Dios.
Esta no es una especulación nuestra, sino una realidad que la entendieron perfectamente los judíos, pues el evangelista testifica: “Por eso los judíos trataban con mayor empeño en matarle, porque no solo quebrantaba el sábado sino que se llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios” (Jn 5,18-19). Lo que significa que se lo ha dicho de una forma enteramente clara para ellos que ha proclamado su divinidad claramente.
A continuación de las palabras que acabamos de indicar, Jesús sigue exponiendo su identidad con el Padre hasta el punto de atribuirse el pode de resucitar a los muertos: “Como el Padre resucita a los muertos y da la vida, también el Hijo da la vida a quien quiere” (Jn 5,21) y el de juzgar al mundo: “Del mismo modo, el Padre no juzga a nadie, sino que ha entregado al Hijo la misión de juzgar” (Jn 5,22). Reforzando todavía más su proclamación de la divinidad en la misma línea que la del Padre.
f) YO Y EL PADRE SOMOS UNO (JUAN 10,30)
La afirmación más clara en Juan es cuando Jesús afirma: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30). Esta afirmación es tan clara y rotunda que no necesita explicación, ni comentario. Ante ella la reacción de los judíos fue inmediata, explosiva: “Los judíos cogieron otra vez piedras para apedrearle” (Jn 10,31).
Y si por este gesto no fuera suficientemente claro e indicativo de que habían entendido bien las palabras sobre su divinidad, ante las preguntas de Jesús, exponen bien claramente sus motivos: “No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino por una blasfemia, y porque tú, siendo hombre, te haces a ti mismo Dios” (Jn 10,33).
Tampoco ellos lo pueden expresar con mayor claridad. Si realmente estaban en un error, Jesús tenía la obligación grave, por la importancia del tema, de sacarles de su error; por el contrario, las palabras siguientes de Jesús, confirman la anterior proclamación de la divinidad, que el episodio acaba con estas palabras: “Querían de nuevo prenderle, pero se les escapó de las manos” (Jn 10,39). Naturalmente no se trata aquí de una huída de Jesús, que humanamente no tendría explicación, estando rodeado de tantos, sino de una ofuscación, o de una manifestación de su divinidad, “ocultándose” (Jn 8,59) a sus ojos.
Otra ocasión de proclamación clara de su divinidad se da en Juan 8,58-59, cuando sobre una acalorada discusión sobre su persona, que era lo que les intrigaba poderosamente, Jesús afirma: “Antes que Abraham existiera, soy yo. Entonces tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se ocultó y salió el templo”.
Para existir antes que Abraham, obviamente no había más posibilidad que la de existir eternamente, es decir, ser Dios; pues no se trataba de ningún ángel, sino de un hombre. Y esto para los judíos es algo tan claro, que lo van a apedrear inmediatamente, sin más consideraciones.
Si es que hubiera sido un error de interpretación por parte de los judíos, Jesús tenía la obligación moral de sacarlos del error, especialmente tratándose de algo tan importante, pero les deja en su idea, porque estaban en lo correcto, aunque les impide la realización. Por tanto, esta es otra afirmación clara y contundente de su divinidad.
Además en este caso ha utilizado precisamente el nombre divino: YO SOY. Según Éxodo 3,14: “Dijo Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Así dirás a los israelitas: Yo soy me ha enviado a vosotros”. Esta fórmula equivale a veces al “Yo” simplemente. Pronombre con el que se revela frecuentemente Yahvé en el Antiguo Testamento y que se añade a veces a la otra fórmula más larga: “Ved ahora que Yo, sólo Yo Soy” (Dt 32,39) o Is 43,11: “Yo, Yo soy Yahvé” (Is 41,4; 43,10; 46,4; 48,12…). Esta expresión del Antiguo Testamento referida a Dios: “Yo” ha sido traducida invariablemente por los LXX con la fórmula griega: “Ego eimi”, que es la que se traduce por el “Yo Soy”. Mientras que la otra fórmula más amplia “Yo soy Yahvé”, ha sido traducida de muchas maneras.
Aunque esta expresión en boca de un cualquiera, no se podría tomar en el sentido de nombre divino, sí en las ocasiones especiales en las que se trata precisamente de la manifestación de la divinidad de Jesús, como es este el caso: Antes que Abraham existiese, “YO SOY”, reforzando así el sentido obvio de la expresión, aunque no se captara este matiz. Los Sinópticos hacen uso de esta expresión muy rara vez, pero Juan la usa con mucha frecuencia.
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