domingo, 5 de enero de 2014

CAPITULO II: NECESIDAD MORAL DE LA REVELACIÓN SOBRENATURAL PARA CONOCER A DIOS

A. PROBLEMÁTICA TRASCENDENTAL
El hombre cuando va madurando intelectualmente, se le presenta una serie de interrogantes difíciles de responder: ¿Qué es el hombre?, ¿Cuál es su origen?, ¿Cuál es su fin?... Todos estos problemas que son los más profundos con los que se tropieza el hombre se podrían reducir a un solo problema: el de Dios. ¿Existe un Ser Supremo, inteligente, eterno, infinito al que nadie le ha hecho, que es el origen y el fin de todo? O ¿deriva el universo de una materia eterna, sujeta a una ley (el hado, la suerte) que hace surgir al hombre y a las cosas de esa materia, para volverlas a ella y dispersarlas en un flujo irresistible?
Este es el gran problema que se nos presenta a todos y del cual es inútil huir, porque vuelve a salir a nuestro encuentro en cualquier revuelta del camino de la vida. Ni puede ser de otro modo. El hombre racional reflexiona, piensa por necesidad, no tiene más remedio. Ante un acontecimiento cualquiera se pregunta las causas y las consecuencias. Ante las cosas contingentes, fugaces, transitorias, busca lo seguro, lo imperecedero.
Porque es racional comprende que su vida tiene que tener un sentido, un fin, una razón de ser que tiene que averiguar para no errar en su camino.

B. INSUFICIENCIA DE LA RAZÓN PARA RESOLVERLA EN LA PRÁCTICA
Para dar respuesta a esta problemática humana trascendental, al hombre, se le presenta dos caminos: Por sí mismo o por autoridad. Estos son los dos procedimientos ordinarios del conocimiento humano. A su propia experiencia el hombre añade la de los demás.

a) POR SÍ MISMO
Por desgracia, la mayor parte de los hombres no son capaces en la práctica de resolverlo por sí mismos, con certeza. En realidad nunca nos encontramos del todo solos en la vida, nacemos en un ambiente, en una sociedad, en una cultura a la que se va abriendo progresivamente nuestra inteligencia y que nos puede ayudar o también estorbar en nuestra búsqueda.
No cabe duda que el ambiente religioso de nuestra familia y de nuestra sociedad nos puede ayudar mucho a encontrar la solución definitiva a este problema. Pero también la indiferencia, el materialismo y hasta el ateísmo de no pocos, los prejuicios religiosos, los malos ejemplos de los más religiosos… nos crean dificultades en este camino.
Para resolver el problema por sí solo, haría falta una reflexión prolongada, una inteligencia despierta, una labor crítica, para la que la mayor parte no está preparada:

1. Los campesinos y obreros manuales: que no requieren de muchos discursos en sus oficios, no desarrollan suficientemente su inteligencia, especialmente en el orden abstracto. Por otra parte, la urgencia de las necesidades vitales no les deja el tiempo ni humor para poder filosofar mucho.
2. Los hombres de carreras liberales: médicos, ingenieros, administrativos, profesores… no se hallan en mejores condiciones. Se tienen que especializar en su trabajo, dedicar a sus negocios y no les queda mucho tiempo para concentrarse en este arduo y profundo problema. Es notorio, como muchos sabios en una rama de la ciencia, no son capaces de formarse un juicio propio en otras muchas áreas de la vida y de la ciencia.

El que sean verdades que implican cambios de conducta aumentan las dificultades en este orden práctico. Llegar a la conclusión de que existe Dios, la vida eterna… plantea un cambio total en la orientación de la conducta humana.
Una investigación que se ha hecho ya clásica, ha puesto en evidencia la conexión entre el factor moral y la búsqueda de la verdad: “las cosas divinas y morales escapan a los que no las viven y no las quieren vivir”. Este es el axioma y bien concluyente por cierto.
Si ya con las otras dificultades, la gran mayoría era incapaz de resolver por sí mismo, en la práctica, el problema de Dios; con esta, del orden moral, se aumenta más ese elevado porcentaje de los que no son capaces de hacerlo, es decir, de resolver por sí mismos este problema religioso y trascendental.

b) POR AUTORIDAD
1.- Los filósofos: Los mismos filósofos, por la razón, ni llegan mucho más allá. Si el hombre por sí mismo, en general es incapaz de hecho de hallar las respuestas a estas interrogantes ¿a quién se acudirá en busca de la solución? Lo lógico sería pensar en los filósofos, que son los que se ocupan de estas cosas trascendentales y acogerse tranquilamente a su autoridad en esta materia.
Pero estos mismos filósofos, aunque en su mayoría están de acuerdo en la existencia de Dios, han caído en graves errores sobre su naturaleza, hasta el punto de que Cicerón dijera que esta era una cuestión dificilísima y oscurísima. Parecida confusión reinaba entre los filósofos antiguos sobre la naturaleza del alma humana y su temporalidad o eternidad.
Ni son menos desconcertantes las conclusiones a las que llegan en sus principios éticos. Para Sócrates, el bien era lo útil. Platón aprobó el que las esposas fueran comunes, la licitud de la esclavitud, el abandono de los niños… Aristóteles aprobó el odio como una virtud. Epictecto y Marco Aurelio que dejaron páginas excelentes de preceptos y consejos morales, juzgaban lícito el suicidio… Con razón observaba Cicerón: “No sé si habrá un dicho tan absurdo, que no lo haya expresado ya un filósofo”.
Las cosas no han cambiado mucho entre los filósofos posteriores. A partir de Descartes, sobre todo, se ha dado la rápida sucesión de los diversos sistemas filosóficos, lo que demuestra su inconsistencia. El existencialismo moderno proclama más bien el fallo de la filosofía. El filósofo de hoy halla angustia y ansiedad. Para Ugo Spirito toda la especulación moderna se reduce a esta afirmación: “No sé”.

2.- Dios: Muy de acuerdo con las dificultades que acabamos de exponer, el Concilio Vaticano II enseña: “Todos hombre resulta para sí mismo un problema no resuelto, percibido con cierta oscuridad, nadie en ciertos momentos de la vida, puede huir del todo al interrogante antes referido” (GS 21), pero añade a continuación: “A este problema sólo Dios da una respuesta plena y totalmente cierta…” con lo que ya está aludiendo a la necesidad de una revelación de orden sobrenatural.
O sea que la revelación no es absolutamente necesaria al hombre para conocer a Dios, porque el hombre puede conocerlo por sí mismo, sino que esta revelación se hace absolutamente necesaria al hombre cuando Dios le eleva al orden sobrenatural, situándole en un orden que supera la naturaleza.
La Revelación Sobrenatural, dada la presente condición del hombre, es moralmente necesaria para que las verdades religiosas de orden natural puedan ser conocidas por todos los hombres con facilidad, con firmeza y sin mezcla de graves errores.
El evidente que los racionalistas, al sobrevalorar la razón y al negar apriorísticamente el orden sobrenatural, niegan que sea necesaria la revelación. Para ellos, el hombre puede conocer por sí mismo todo lo que es propio de su naturaleza y de su fin y, por tanto, el mensaje revelado que supera su capacidad natural es perfectamente inútil cuando no nocivo, porque le condiciona externamente e impide su perfecta realización humana.
Por el contrario, los deístas y tradicionalistas niegan que el hombre en su estado actual, pueda conocer las verdades religiosas naturales, incluso la existencia de Dios. Por tanto, el conocimiento de dichas verdades, cuando se da, proviene única y exclusivamente de una revelación divina.
La expresión necesidad moral indica que la Revelación de las verdades naturales no es de necesidad absoluta, pues no se excluye que algunos hombres lleguen por si solos al conocimiento de las verdades religiosas naturales. Pero, la Revelación continúa siendo necesaria moralmente para una gran parte de los hombres que, por carecer de talento, tiempo, formación o por hallarse dominados por los intereses temporales u otros motivos, como influencias culturales, no llegarían por sí mismos al conocimiento de las verdades religiosas naturales.
La Revelación Sobrenatural es absolutamente necesaria para conocer las verdades de orden sobrenatural. Si creemos que lo sobrenatural es lo que excede, por definición, las fuerzas y exigencias de la naturaleza, esta proposición es evidente por sí misma. Y, además, es universal, porque todos los hombres necesitan de la Revelación Sobrenatural para conocer dichas verdades.

C. EXISTENCIA DE LA REVELACIÓN SOBRENATURAL
Lo que interesa es probar el hecho histórico que ha existido una Revelación Sobrenatural. Hemos de responder a las preguntas: Si Dios ha hablado a los hombres, ¿cómo podemos conocer que existe una Revelación Sobrenatural?, ¿Qué criterios utilizaremos para distinguirla de otras pretendidas revelaciones?, la Revelación, ¿dónde se encuentra?
La demostración de la existencia real de la Revelación Sobrenatural, como es patente, presenta sus dificultades. Si todos los hombres creyeran en Dios no existiría ninguna dificultad en admitir y convencerse de que Dios puede manifestarse a los hombres y, de ahí, sería relativamente fácil concluir y aceptar que se ha manifestado de hecho, pues hay religiones que se proclaman reveladas.
Desde el punto de vista de la fe, la cuestión, por tanto, no presenta ninguna dificultad. La Iglesia enseña la verdad de la Revelación Sobrenatural como una verdad de fe, y afirma que está contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición.
La cuestión se presenta con toda su seriedad y dificultad para aquellos que no admiten la autoridad divina de la Escritura y de la Tradición ni el Magisterio de la Iglesia y desean conocer si se puede probar históricamente o científicamente la existencia de una religión revelada y obligatoria para todos los hombres. Para la solución del problema es indispensable plantearlo en su verdadera dimensión. Se trata de que la Revelación Sobrenatural es un hecho sobrenatural y, al mismo tiempo, histórico. Y, así, en su doble vertiente debe ser estudiado. Sería ilógico someterlo sólo a las leyes históricas o sólo a las premisas de la fe.
La demostración del hecho de la revelación se refiere a la revelación pública e histórica. Para el cristianismo esta revelación se funda y centra en la persona y obra de Jesucristo. Por consiguiente, la demostración del hecho de la Revelación Sobrenatural para los cristianos coincide con la del origen sobrenatural del cristianismo, que está, según la fe cristiana, en perfecta continuidad con la Revelación hecha a los israelitas en el Antiguo Testamento. Por tanto, la pregunta que cabe hacerse es la siguiente: la afirmación de que Dios se ha revelado por Jesucristo y que continúa manifestándose, de modo diverso en la Iglesia, ¿es un hecho real o es la creación de la fe de algunos hombres ilusos?

D. EL PLAN DE DIOS
Al crear, Dios ha tenido un plan, el hombre no lo tiene en cuenta, de donde se deriva un drama. 
Cuando quiero habitar una casa he de adaptarme al plan del arquitecto, si no, se producirán sorpresas desagradables. Si me obstino, por ejemplo, en utilizar una ventana del segundo piso como puerta de salida, ¡no debo asombrarme de las consecuencias de mi obstinación! Lo mismo puede decirse del mundo en que vivo: todas las contrariedades provienen de que no se observa o no ha sido observado el plan de Dios.
Por consiguiente, lo que importa conocer es el plan de Dios quiere realizar llamándonos a la vida. Este plan regula toda la actividad de Dios con respecto a nosotros; debe regular también la nuestra.

a) ¿CUÁL ES EL PLAN DE DIOS?
El catolicismo responde lo siguiente. Desde la eternidad:

1. Dios que es amor, quiere sin beneficio personal alguno y sin ser forzado a ello, trae a nuevos seres a la existencia y hacerles eternamente dichosos, como lo es Él mismo. A tal efecto, los crea a imagen y semejanza suya, inteligentes y libres, y para que merezcan su felicidad eterna, los somete previamente a una prueba pasajera, durante una vida terrena.
2. Dios quiere, además, invitar a sus criaturas a gozar, incluso durante su período de prueba, de una gran intimidad con Él, dándoles la posibilidad de participar en su vida divina.
3. Dios prevé que estas criaturas a quienes colma de beneficios, rehusarán responder a su invitación.
4. Dios, en lugar de desinteresarse de una obra que la libertad humana hará fracasar en parte, lleva su amor hasta decidir reparar por sí mismo los desvíos de los hombres, haciéndose Aquel a quien llamamos Jesucristo, Dios y hombre a la vez, y que restablecerá, mediante el sacrificio de su vida, una nueva Alianza entre el Creador y sus criaturas.
5. Dios quiere que los hombres que acepten su plan, se unan entre si, de una manera invisible, por Cristo, con Cristo, en Cristo, y de una manera visible, en una institución, en una “Iglesia” visible instituida por Cristo, a fin de que juntos, colaboren con Dios en la felicidad terrena y eterna de la gran familia humana.

Lo que Dios ha concebido o visto desde la eternidad, se ha desarrollado o se desarrolla aún en el tiempo; nosotros somos los actores de ese quinto acto. Tal es, en cinco puntos, el resumen de la doctrina católica. Esto nos permite dar una vista panorámica de la historia de la humanidad, tal como aparece ante Dios.
Evidentemente, Dios, que es inmutable y eterno, no ve, como nosotros una sucesión de acontecimientos. Esta historia de la humanidad aparece ante Él como una y simple; tiene un centro hacia el cual todo converge, o mejor aún, un foco de irradiación que ilumina y explica todo lo demás.
Y lo que Dios ve, desde la eternidad, en el primer plano de su obra, lo que constituye el centro de su obra, lo que constituye el objeto de la voluntad única de Dios, no es el mundo inicial, que no fue sino un bosquejo: no es el mundo sobrenaturalizado en los primeros hombres, ideal realizado momentáneamente, pero que la libertad humana, Dios lo sabía, pronto convertiría en caduco; no es el mundo pecador que, considerado aisladamente, sería un fracaso; sino el mundo rescatado y unificado en Cristo, porque es el mundo en que Dios hace triunfar finalmente su amor y realiza su plan.
En el centro del mundo, dominándolo todo, iluminándolo todo, no hay pues, para Dios, más que Cristo, rescatando y unificando el mundo con su cruz, alzado sobre la tierra como conviene a un Rey, extendiendo sus brazos para abarcar el mundo entero y llevarle a Dios. Lo demás, ya se trate de la creación o del pecado, ya de cada uno de nosotros, Dios no lo ve sino por Cristo y en Cristo.
Tal es la asombrosa revelación que el catolicismo propaga: Dios ha creado el mundo para que seres dotados de razón lleguen a ser, libremente, por toda la eternidad, hijos adoptivos suyos con Cristo, en Cristo y por Cristo, venido a la tierra para redimir sus culpas.

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