A. ¿ES POSIBLE LA REVELACIÓN?
Este es el problema. ¿Puede Dios salir de su trascendencia e inaccesibilidad, lo que los filósofos llaman “el todo otro”, “el absolutamente otro” o “el siempre mayor” y ponerse en contacto con el hombre? ¿Puede entrar Dios en contacto conmigo? ¿Soy yo capaz de recibir su mensaje y, eventualmente, participar de su vida? Este problema no tiene sentido para un ateo, que no cree en Dios, ni para un agnóstico, que se cierra en afirmar que “eso no se puede saber”; ni para un panteísta para el que “todo es Dios”. Pero todo el que admite un Dios personal, inteligente y libre, sí tiene sentido la pregunta; y la respuesta no puede admitir dudas en el sentido de la afirmación.
Que Dios puede intervenir en nuestra existencia, de una manera que rebasa las exigencias de nuestra naturaleza y que será sobrenatural, parece evidente: ¿Cómo nos atreveríamos a limitar la potencia de Aquel que ha fijado las leyes del universo y regulado, por ejemplo, el maravilloso mecanismo del cuerpo humano?
¿Cómo negarle el poder de comunicarnos ciertas verdades que no están a nuestro alcance, de manera que nos las haga accesibles? En torno nuestro, todos los seres materiales influyen unos sobre otros: Los sonidos de un violín que un artista hace vibrar en Europa o el ruido de una avalancha en los Alpes tienen su repercusión en mi cuarto; basta amplificar sus ondas para que, mediante un receptor adecuado, yo perciba las vibraciones. ¿Por qué el Ser Supremo no iba a poder “amplificar” suficientemente su voz para que nosotros podamos oírla? ¿Cómo negar a Dios el poder de atraernos más cerca de sí?
Un ser material puede darnos su forma o sus cualidades. El radiador nos comunica su calor sin reducirse ni destruirnos. ¿Por qué no ha de poder Dios hacernos aptos, “educarnos” hasta el punto de hacernos participar en su vida, comunicarnos una vida nueva, sobrenatural con relación a nosotros, una vida por encima de las exigencias de nuestra naturaleza, una vida que no destruirá nuestra vida, sino que la embellecerá y la hará más fecunda?
Si Él ha creado el mundo y al hombre ¿quién le puede negar el poder de intervenir en el mundo y de dirigirse al hombre? Él, que ha dado al hombre la capacidad de comunicarse, ¿cómo no la va a tener él?
Para ello Dios dispone de muchos modos. La Biblia presenta toda una serie de medios usados por Dios para revelarse: ha hecho uso de la palabra con Abraham (Génesis 12,1), de los sueños con José (Mateo 2,13), de la escritura en el banquete de Baltasar, de la burra de Balaam (Números 28,22), un ángel en la Encarnación (Lucas 1,26). En la carta a los Hebreos se afirma: “Muchas veces y de muchos modos habló Dios…” (Hebreos 1,1).
¿Cómo podríamos negar nosotros, a priori, que seamos capaces con la ayuda de Dios, de recibir su mensaje e incluso su vida, cuando todo lo que poseemos nos viene de Él sin ningún derecho por nuestra parte? ¿No puede darnos lo necesario –antenas adecuadas- para que podamos captar su mensaje? ¿No puede dilatar nuestro ser hasta el punto de hacerle capaz de participar en su propia vida? Grandes genios, incluso paganos, han creído en la posibilidad de tal intervención divina en nuestra existencia.
Entonces, una vez planteada, de una y otra parte, la posibilidad de un contacto, surge en el espíritu de todo hombre que reflexione una cuestión, la más terrible que pueda darse: ¿Ha hablado Dios a la humanidad o no?
Hay que elegir: O bien Dios, después de haber dictado sus leyes del mundo, ha guardado absoluto silencio sobre sus proyectos, evitando todo contacto con los seres que ha creado; o bien Dios ha entrado en relación con la humanidad.
Lo que sospechó la antigüedad pagana, lo afirman todas las religiones que se llaman reveladas: Dios ha hablado. La inmensa mayoría de los hombres creen en una intervención especial de Dios en la vida de la humanidad.
Pero, si ha hablado: ¿Qué ha dicho? ¿Qué ha ordenado? ¿A qué nos ha invitado? Cuestiones capitales que un hombre sensato no puede pasar por alto.
“Yo quisiera decir a mis compatriotas: leed el Evangelio… Tomad todas las páginas de la historia de la Iglesia, incluso esas pocas páginas manchadas por la debilidad o la malicia de ciertos hombres… Separad aparte las cosas, la parte del hombre y la parte de Dios y os encontraréis con un hecho social absolutamente superior y único. Quizá entonces os plantaréis la pregunta: ¿Se ha revelado el Creador? (Lou).
B. DIOS SE REVELA CON HECHOS Y PALABRAS
La Dei Verbum del Vaticano II nos pondera la intimidad de esta comunicación de Dios con el hombre: “En esta revelación, Dios invisible, movido de amor habla a los hombres como amigo y trata con ellos para invitarles y recibirles en su compañía.” (DV 2)
El mismo Concilio nos sigue expresando con que medios se nos comunica el Señor “El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación, manifiestan y confirman la doctrina y las realidades de las palabras significan a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio” (DV 2)
Observemos este doble modo de comunicarse Dios en la Biblia, por obras y palabras. En el Antiguo Testamento: Dios habla al hombre por medio de Abraham, Moisés, los profetas… al mismo tiempo Dios revela su presencia al pueblo con hechos extraordinarios: las plagas de Egipto, los milagros en el desierto. Lo mismo ocurre en el Nuevo Testamento: Dios nos habla por medio de Jesucristo, que nos dice lo que ha visto junto al Padre. Al mismo tiempo los milagros que realiza son señales de la presencia de Dios en él.
C. ¿EN QUÉ SENTIDO DIOS HABLA AL HOMBRE?
Cuando decimos que en la Revelación Dios habla al hombre, usamos naturalmente un lenguaje metafórico. Dios es espíritu y, por tanto, no tiene boca que le permita articular sonidos. Decimos que Dios habla al hombre, en cuanto que obra en él haciéndole comprender lo que quiere decir.
Esta acción puede ser puramente interna, en el hombre mismo; o puede consistir en un fenómeno realmente externo al hombre visible o audible por los sentidos exteriores. En ambos casos está la iluminación interna de Dios, para que advierta en aquella voz su divina presencia. Claramente se trata de este segundo caso, cuando habló a Moisés y al pueblo en Éxodo 20,19 y a Samuel de niño (1 Samuel 3,4).
D. LOS CRITERIOS DE REVELACIÓN
La posibilidad de la Revelación Sobrenatural por parte de Dios, no es suficiente. El hombre tiene que estar seguro de que le habla Dios, ya que de otro modo no se daría una propia revelación, al ignorar el hombre la identidad de su interlocutor.
Es verdad que a la Revelación de Dios, el hombre tiene que dar la respuesta de la fe, por el sólo hecho de que se trata de Él, de su Palabra infalible. Pero, esto le tiene que constar al hombre de algún modo.
De aquí surge la necesidad de los llamados criterios de revelación o motivos de credibilidad o signos de la Revelación. Dios al revelarse al hombre tiene que actuar como Dios. Para esto tiene que usar señales que acrediten su presencia, que no pueden tener otra explicación más que la presencia de Dios. Por ejemplo, la zarza que arde y no se consume (Éxodo 3,2). En esas señales tiene que estar la impronta de Dios, su sello infalsificable. Entre estos criterios de revelación destacan el milagro y la profecía, por estar al alcance de todas las inteligencias. Los criterios de discernimiento espiritual, son más difíciles de captar para la mayoría. Por eso, vamos a hablar sobre todo del milagro y la profecía.
a) EL MILAGRO
Milagro no es lo mismo que “portento” o “maravilla” o “cosa extraordinaria”, dado que pueden acontecer fenómenos que merezcan esos calificativos y que, sin embargo, no sean “milagros”.
1. DEFINICIÓN
- Hecho sensible, con suspensión del curso ordinario de las leyes de la naturaleza, obrado por Dios con un fin religioso o moral.
- Hecho sensible: Lo “sensible” puede ser físico o moral. Milagro físico es, por ejemplo, la conversión del agua en vino. Existen también verdaderos milagros morales, tales como una conversión repentina. Es el caso, por ejemplo, de la conversión de san Pablo.
- Que se suspendan las leyes de la naturaleza: Es decir, que ese hecho sensible acontezca sin que se siga el curso normal de las leyes de la naturaleza. El milagro no anula las leyes físicas, sino que “suspende” su cumplimiento. Lo normal es la ley de la gravedad, pues bien, sería un milagro que en un momento concreto esa ley no se cumpliese.
- Causado por Dios: Lo que constituye un milagro es la intervención especial de Dios. La medicina puede lograr la curación de un cáncer; se daría un milagro si se produce de modo instantáneo porque Dios así lo determina. Cuando se realiza un milagro por medio de una persona o por un poder sobrenatural, en último término, se debe a la intervención de Dios. Tales son los milagros, debidos a la acción de un santo, o los que tienen lugar, por ejemplo, en un santuario o por medio de reliquias.
- El milagro, signo religioso: Para hablar de milagro se requiere que ese hecho extraordinario tenga una “significación religiosa”. En efecto, el milagro es una intervención extraordinaria de Dios en la vida del hombre como signo de salvación. Mediante el milagro, Dios manifiesta su ayuda y amor al hombre. Y muchas veces, el milagro es una respuesta de Dios a una oración llena de fe.
2. LO MARAVILLOSO Y LO MILAGROSO
Es evidente que no conocemos todas las leyes que rigen la materia y la vida: la psicología y la parapsicología ofrecen resultados en ocasiones asombrosas. Hay fuerzas ocultas en lo profundo del ser humano que pueden dar lugar a hechos sorprendentes que, en ocasiones, superan una explicación racional; sin embargo, no son verdaderos milagros.
Estos factores desconocidos hacen que la Iglesia sea muy prudente al calificar como “milagroso” un hecho en apariencia extraordinario. Pero no hay duda de que se dan ciertas acciones que ni tienen ni pueden tener una explicación racional. Por ejemplo: ¿Existe una ley desconocida que pueda convertir espontáneamente el agua en vino?, ¿Una persona con lepra, con grave deterioro de tejidos, puede ser curada de modo instantáneo? ¿Es posible volver a la vida a un muerto sólo al imperio de la voz que lo ordena? Cuando estas o similares acciones ocurren después de invocar a Dios, es evidente que nos encontramos ante una acción de Dios, o sea, ante un milagro.
En consecuencia, son milagros ciertos hechos que narra la Biblia, o que acontecen en la vida actual, y que la Iglesia reconoce como claras intervenciones de Dios, después de una minuciosa investigación. Los milagros, en sentido teológico, son hechos extraordinarios en los que, sin lugar a dudas, se manifiesta el poder de Dios y su amor a los hombres.
3. CLASES DE MILAGRO
- Físico: Si el hecho supera la capacidad de las fuerzas de la naturaleza física.
- Ejemplo: Multiplicación de los panes y los peces, curación de leprosos.
- Intelectual: Si el hecho superar la inteligencia humana.
- Ejemplo: Conocimiento de un futuro libre.
- Moral: Si el hecho supera las leyes morales.
- Ejemplo: Conversión instantánea y radical. La constancia de los mártires.
- Absoluto: El que supera las fuerzas de toda naturaleza, aún angélica.
- Ejemplo: La resurrección un muerto.
- Relativo: Lo que supera la naturaleza físico-material, pero que podría ser producido por un ángel o por un demonio.
- Ejemplo: La curación de una enfermedad.
4. POSIBILIDAD DEL MILAGRO
Preguntar si los milagros, que son excepciones de las leyes naturales son posibles, es lo mismo que preguntar si Dios tiene poder y motivos suficientes para modificar este curso natural de las cosas.
Para los que niegan la existencia de un Dios personal, capaz de intervenir en el mundo, esto es imposible. Pero, si Dios existe y las leyes naturales provienen de su Sabiduría y Omnipotencia, ¿quién le podrá negar el poder hacer que no actúen en un determinado momento o hacer que actúen de otro modo? ¿Quién ha puesto en la medicina el poder de curar, no podrá curar sin medicina?
5. MOTIVOS PARA EL MILAGRO
En cuanto a los motivos para obrar un milagro es obvio que se pueden dar para manifestar claramente al hombre su presencia y que Él es que se revela.
Dios, ser sapientísimo, no puede hacer nada sin una razón, sin un motivo suficiente, sin un fin. Para el milagro Dios puede tener esos motivos, razones o fines. A veces será para ayudar a un incrédulo a encontrar su fe, a un pecador a convertirse, o para consolar a una madre que llora por la muerte de su hijo.
En el caso de la Revelación, el milagro es moralmente necesario. Ningún hombre, ni ninguna doctrina puede ser captada como proveniente de Dios, si no tiene el sello incontrastable de la divinidad.
b) LAS PROFECÍAS
El milagro no es el único criterio que garantiza la Revelación. También, ha sido muy utilizada en el Nuevo Testamento la profecía como garantía de la Divina Revelación, o mejor dicho, el cumplimiento de esas profecías.
1. DEFINICIÓN
Aunque propiamente se puede llamar también un milagro intelectual, profecía es el conocimiento y la predicción cierta y determinada de un acontecimiento futuro libre.
2. ¿QUÉ NO ES LA PROFECÍA?
No se trata de una conjetura o una probabilidad, sino algo del todo cierto. Tampoco de una predicción vaga e imprecisa, sino de algo bien concreto y determinado. Los famosos oráculos de Delfos, eran imprecisos y fáciles de adaptar a cualquier acontecimiento, de igual forma sucede con las profecías de Nostradamus.
No sólo tienen que tratarse de algo futuro simplemente sino de algo en lo que entra en juego la libertad humana y, por tanto, no está ya determinado en sí mismo el que vaya a existir en el futuro. Sería profecía, predecir detalles muy concretos de un hombre que nacerá dentro de un siglo por ejemplo.
Pero, ¿es posible que esta profecía aunque no está determinada en sí misma sea una verdad, será una realidad? Dios que conoce toda verdad, por su infinita sabiduría, tiene que conocerlo también y, si lo conoce, lo puede manifestar.
3. MOTIVOS PARA LAS PROFECÍAS
Para garantizar las profecías Dios tienen motivos suficientes, como el de avalar a un enviado suyo. Suponiendo que Dios va enviar a su Hijo al mundo, sería conveniente preparar a los hombres para que acojan a este Hijo, como tal, prediciendo siglos antes de su nacimiento, los principales hechos de su vida, de modo que la verificación del cumplimiento de esas profecías son como la impronta de Dios que garantiza a ese Hijo.
No tiene dificultad el conocimiento de la profecía en cuanto a hechos que supera las leyes de la naturaleza. Se sabe que el hombre no puede conocer los futuros libres, sobre todo con mucha antelación y con toda certeza. Sólo Dios puede tener esta ciencia. Por eso, cuando se constata el cumplimiento de una profecía, en esas condiciones expuestas, es una clara garantía de Dios.
En cuanto a determinar el hecho del cumplimiento de la profecía y el que se haya profetizado en las debidas condiciones, es algo que se puede constatar, ambos son hechos históricos sujetos a la observación y a la constatación.
E. TRASMISIÓN DE LA DIVINA REVELACIÓN
“Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras por los profetas. En la Plenitud de los Tiempos nos habló por medio de su Hijo” (Heb 1,1-2)
Dios quiso que todo lo que se había revelado para la Salvación de todos los pueblos se conservara íntegro y fuera trasmitido a todas las edades. ¿Cómo llega nosotros esta Revelación? ¿Cómo habla ahora Dios con nosotros? Jesucristo, Plenitud de la Revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todo el mundo el Evangelio como fuente de toda la verdad salvadora y de toda norma de conducta.
Cristo dio a los Apóstoles el encargo y la Misión Divina de llevar a todo el mundo la doctrina revelada. Los Apóstoles cumplieron fielmente este mandato con su predicación, con su ejemplo y sus instituciones. Trasmitiendo de palabra lo que habían aprendido de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó. Y poniendo por escrito –los mismos Apóstoles y otros de su generación- el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo.
Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los Obispos “dejándolos a su cargo en el Magisterio”. Los Obispos con el Papa a la cabeza son los sucesores de los Apóstoles que nos presentan y garantizan la doctrina revelada. Esta Tradición Divina y la Sagrada Escritura, que vienen de los Apóstoles y se conservan fielmente en la Iglesia, gracias al Magisterio infalible ya la asistencia divina prometida por Cristo, son el espejo en que contemplamos a Dios hasta el día en que lleguemos al cielo para verlo cara a cara.
F. LA SAGRADA TRADICIÓN
Los Apóstoles trasmitieron de palabra y por escrito la Revelación Divina. Todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios. Los Apóstoles al trasmitir lo que recibieron, avisan a los fieles que conserven las tradiciones aprendidas de palabra o por carta y que luchen por la fe ya recibida.
La Iglesia con su enseñanza, con su vida, su culto, conserva y trasmite a todas las edades lo que es y lo que cree. Por esta Divina Tradición conocemos cuáles son los libros sagrados y los comprendemos cada vez mejor.
a) DEFINICIÓN
Etimológicamente proviene del latín “tradere”, entregar. Teológicamente Tradición es “el conjunto de verdades que los Apóstoles recibieron por la predicación de Cristo o por inspiración del Espíritu Santo, y que fueron trasmitidas de viva voz por la Iglesia a través de los siglos, sin estar escritas en la Biblia”.
G. LA SAGRADA ESCRITURA
a) DEFINICIÓN
Es la Palabra de Dios en cuanto escrita por el inspiración del Espíritu Santo. Contiene las revelaciones de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento. Debemos leer las Sagradas Escrituras siguiendo las orientaciones de la Santa Iglesia. La Palabra de Dios se contiene en la Sagrada Escritura y en la Tradición.
H. LA TRADICIÓN Y LA BIBLIA SON FUENTES DE LA FE
Tantos los católicos como los protestantes proclaman que creen en todas las verdades que Dios ha revelado y enseña a los hombres. Sin embargo, hay una diferencia muy grande entre la fe de los católicos y la de los protestantes, que se explica cuando preguntamos: ¿De dónde conocen y sacan los católicos y protestantes su doctrina religiosa? ¿De dónde les vienen aquellas creencias que llaman verdades reveladas? ¿Cuál es la fuente de donde dimana su fe?
Dicen los católicos: hay dos fuentes de fe, por las cuales Dios hace llegara nosotros las verdades por Él reveladas. Esas fuentes son la Biblia y la Tradición. Ellas contienen la Palabra de Dios. Hay que creer por eso a estas dos fuentes de fe.
Dicen los protestantes: No hay sino una fuente de la fe, la Biblia. En ella están todas las verdades reveladas por Dios. Sólo por la Biblia llegan a nosotros. Ella es la Palabra de Dios. La Tradición no es más que palabra de hombres. Frente a esto la Biblia dice:
a.- Existen verdades no escritas en la Biblia, pero predicadas por los Apóstoles, que Jesucristo mandó predicar a su Iglesia hasta el fin del mundo. Por ejemplo san Juan termina su relato evangélico con las palabras: “Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se contaran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran” (Jn 21,25).
Jesucristo les dio a sus Apóstoles en momento solemne y con solemnes palabras el encargo siguiente: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes… enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt 28,19-20). Y añade, según san Marcos: “El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16,16).
Insiste Jesús en que se predique “todo” lo que Él mismo mandó y enseñó en medio de sus Apóstoles, toda la verdad, sin mutilaciones. Esto se afirma todavía más por las palabras de Jesús: “Os he digo estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,25-26). Toda su doctrina, tanto la predicada por Él, como la inspirada por su Espíritu a los Apóstoles, toda ella debe ser predicada, y esto con su asistencia hasta el fin del mundo: “Sabed que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
Este encargo debe cumplirse y claro está que se cumplió y cumplirá por siempre. De eso responde Jesucristo mismo que empeñó su divina palabra de que asistirá siempre a su Iglesia Docente. Luego es necesaria una transmisión de estas verdades de siglo en siglo, de generación en generación, por medio de la predicación. Y eso es la Tradición, pero no cualquier tradición, sino la Tradición divino-apostólica.
Como se ve, la Biblia dice lo mismo que enseña la Iglesia, lo mismo que decimos los católicos.
b.- La Biblia muestra de que de hecho aquellas, verdades fueron transmitidas de siglo en siglo a viva voz; y deben serlo hasta la consumación de los siglos. Desde la cárcel de Roma le escribe san Pablo su carta de despedida a Timoteo, obispo de Éfeso, su discípulo a quien llama hermano e hijo. Su carta es como un testamento, porque sabe próxima su muerte.
Por eso le habla con insistencia de los asuntos más importantes. Por ello le escribe: “Cuanto oíste (aprendiste) de mí, confirmado por numerosos testigos, confíalo a hombres que merezcan confianza, capaces de instruir después a otros…” (2Tim 2,2). Las cosas que ha oído el discípulo de su maestro, son las mismas cosas de que habla san Juan al fin de su Evangelio: la doctrina y la obra de Jesucristo o las verdades reveladas, todo aquello que Pablo había predicado. “Transmítelo” dice, a hombres fieles. Para transmitir usa el texto griego (¡el original!) la palabra “parathíthesthai”, que significa literalmente “pasar a manos de otro”, “depositar en manos de otro”. San Pablo emplea esta palabra por haber hablado en las líneas anteriores del “depósito” de la fe, de la “paratheke” de la fe. Trata, pues, del conjunto de la doctrina, del “depósito” de la doctrina, que Dios depositó en manos de sus Apóstoles, y que se le ha confiado a la Iglesia.
De esa paratheke o depósito o conjunto de verdades de la fe, san Pablo le hace a su discípulo un explícito encargo: él debe confiarlo a otros hombres que sean “fieles”, Si son fieles van a guardarlo fielmente. Ellos a su vez deben confiarles las verdades a otros. De modo que deben transmitirse estas verdades reveladas de generación en generación a la posteridad.
San Pablo recibió estas verdades del mismo Jesucristo, como enfáticamente se lo escribe a los gálatas: “Yo no lo recibí, ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gal 1,12). Él le transmite estas verdades a Timoteo, y quiere que Timoteo transmita las mismas verdades fielmente guardadas (2 Tim 1,14) a otros hombres fieles para guardarlas, y aptos para que por su parte las transmitan a la siguiente generación.
Así funciona la Tradición: Jesucristo enseñó su doctrina a un apóstol (Pablo) (Gal 1,12). Pablo la entregó a Timoteo (2 Tim 2,2); Timoteo debe confiarla a “hombres fieles” (hombres que merezcan confianza), que a su vez le enseñen a otros.
De modo que la verdad se transmitió de Cristo a Pablo, de Pablo a Timoteo, de Timoteo a sus discípulos, y de ellos a otros hombres para continuar transmitiéndose a otros hombre y así continuar… bajo la asistencia continua del Espíritu Santo. He aquí una ilustración muy concreta de cómo obra y funciona la Tradición a través de cinco generaciones para seguir funcionando a través de las generaciones por venir.
De este modo es como actúa la Tradición. Desde el principio mismo de la Iglesia las verdades no escritas fueron transmitidas de generación en generación por medio de la predicación. Hombres fieles para guardar el Depósito de la Fe, y personas aptas para transmitir estas sagradas verdades en ininterrumpida corriente de predicación, jamás le han faltado a la Iglesia de Dios. De ello responde el espíritu de Jesucristo que vive, enseña, y guía constantemente en la Iglesia conforme Jesús lo prometió (Mt 28,20).
La verdad es a todas luces clara: La Biblia atestigua que no sólo hay las mismas verdades reveladas y no escritas, sino también su transmisión a través de los siglos. Estas verdades y su transmisión es lo que se llama Tradición.
c.- La Biblia misma nos dice que existe no una sino dos Fuentes de la Fe: La Palabra Escrita y la Palabra No Escrita, es decir, la Biblia y la Tradición divino- apostólica.
San Pablo escribe en su segunda carta a los Tesalonicenses; “Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta” (2 Tes 2,15).
I. EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
a) DEFINICIÓN
Se entiende por Magisterio la misión que Cristo ha confiado a los apóstoles y a sus sucesores para que con la autoridad del mismo y en su nombre conserven y propaguen la verdad revelada.
Está formado por los sucesores de los Apóstoles, los cuales tienen la misión de conservar, exponer y difundir la Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición, que constituyen el Depósito Sagrado de la Palabra de Dios.
b) OBJETO DEL MAGISTERIO
El Magisterio no puede sobrepasar los límites de la verdad revelada. Por tanto, el objeto primario del Magisterio es todo lo contenido en el Depósito de la Revelación, o seas las verdades de fe y costumbres.
c) RELACIONES ENTRE EL MAGISTERIO, SAGRADA ESCRITURA Y LA TRADICIÓN
El Magisterio público y oficial de la Iglesia nos garantiza, nos propone y nos interpreta lo contenido en el Depósito Sagrado. De tal manera se relacionan entre sí la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio que cada uno por separado es insuficiente.
Frente a la doctrina luterana de que la Revelación se contiene solamente en la Escritura -“Scriptura sola”-, y que su interpretación depende exclusivamente de cada individuo – “libre examen”- la Iglesia católica mantiene la siguiente doctrina: El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, escrita o trasmitida oralmente, ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en nombre de Cristo. Por tanto, se afirma que la Revelación se encuentra en la Sagrada Escritura y en la Tradición, y su interpretación corresponde al Magisterio y no a las personas particulares.
La Iglesia ha creído siempre que su Magisterio no es superior a la Palabra de Dios, sino que la sirve. Y la sirve enseñando sólo lo que le ha sido confiado. Por consiguiente, la Iglesia cree, que, por mandato divino, oye con piedad la Palabra divina, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad.
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