A. CRISTO ANTE LA HISTORIA
Para medir la verdadera talla de un hombre no hay medida más segura que la historia. ¡Cuántas grandezas que parecían iban a desafiar los siglos se han olvidado! ¡Cuántos sistemas no han logrado sobrevivir a sus propios inventores!
Para Jesús el veredicto de la historia ha sido completamente positivo. Y caso verdaderamente único. Su figura ha constituido el centro de la historia, que se divide antes de Cristo y después de Cristo. Ni Buda, ni Confucio, ni Mahoma, ni cualquier otro líder religioso han logrado esto. Es verdad que los mahometanos cuentan los años a partir de la Egira, no del nacimiento de Mahoma; pero es un hecho aislado, localizado, mientras que todo el mundo ha aceptado como punto central, la división de la historia, con el nacimiento de Cristo.
Pero esto no es más que un hecho exterior, aunque sumamente significativo; pero la influencia del mensaje de Cristo sobre la conciencia humana ha sido un acontecimiento sin precedentes y sin términos de comparación.
Benedetto Croce ha escrito: “El cristianismo es la revolución más grande de la humanidad. Tan grande, tan compleja y profunda, tan fecunda en sus consecuencias, tan inesperada e irresistible en su actuación, que no es extraño que haya aparecido y aparezca como un milagro, como una revelación de lo alto, una intervención directa de Dios en las cosas humanas que de Él han recibido una nueva orientación. Todas las otras revoluciones, todos los otros descubrimientos, que señalan las épocas de la historia humana no se pueden comparar con él”. Y este es uno de los más grandes representantes de la cultura moderna.
Por su parte, Goethe expresó: “Por más que progrese la civilización, por más que se extiendan las conquistas de la inteligencia, la sublimidad moral del cristianismo jamás será superada”. E igualmente pondera Harnack, inaugurando la Universidad de Berlín en su célebre conferencia sobre la esencia del cristianismo: “El cristianismo es un gran hecho histórico, que no pertenece a una sola época. En él y por él no una sola vez, sino en todos los tiempos se vienen desarrollando continuamente fuerzas nuevas… Es una llama de vida que continuamente se reenciende y arde con virtud propia”. Y podríamos seguir con juicios eminentes y tan ponderativos.
Ante este hecho colosal, surge la pregunta: ¿Es posible que el que así ha trasformado la conciencia humana y el mundo, sea un impostor o un iluso? Y lo sería si no fueran ciertas afirmaciones de ser el Mesías y el Hijo de Dios. ¡Cuántos impostores ha conocido la historia!, pero ¿Cuántos de ellos han sobrevivido a sus propias imposturas? ¡Cuántos ilusos! Nietzsche creyó ser el profeta de la edad nueva sin Dios, se definía como el Anticristo. Fue un iluso al que ninguno tomó en serio y acabó en un manicomio.
Mientras que las grandes ilusiones de Cristo se han realizado literalmente. Jesús pedía ser amado más que ninguna otra persona en el mundo, más que los padres, que los hijos, que la mujer…Y su voluntad ha encontrado eco en millones de personas a lo largo de todos los siglos de la historia, que lo han dejado todo por Él. Centenares de miles de mártires han preferido la muerte a traicionarlo. Y, por otra parte, ¡cuántos le han odiado! Él ha dividido el amor y el odio de los hombres. Estas son las pasiones más grandes de la humanidad. Jesús ha sido objeto de ellos más que ningún otro.
Esto significa que la historia ha tomado en serio a Jesús, que la humanidad de todas las épocas le ha tomado en serio. Y la historia no toma en serio a los impostores ni ilusos. Ni los ama, ni los odia apasionadamente, a lo sumo los desprecia o los compadece o sino los olvida.
Por eso Jesús no pudo ser un iluso o un impostor. Si estaba convencido de que era el Mesías y el Hijo de Dios, es que lo era realmente.
B. CRISTO NO ES UN IMPOSTOR
Dejemos ya la historia, volvamos a la persona de Cristo, tal como aparece en los Evangelios, de cuyo valor histórico no podemos dudar. Impostor es aquel que engaña en beneficio propio. Jesús aún teniendo un ascendiente enorme en el pueblo, no aprovechó jamás este favor popular para lograr ninguna clase de ventajas. Si lo hubiera querido, hubiera podido arrastrar tras sí a toda Palestina, enrolar un ejército… Si se hubiese proclamado Mesías político esperado por los fariseos y el pueblo.
Durante más de tres años estuvo actuando públicamente recorriendo de un lado a otro toda Palestina, bajo la mirada vigilante de sus enemigos furiosos por su comportamiento sincero y leal. Más de una vez le pusieron trampas para hacerlo caer y poderle acusar ante las autoridades romanas, o por comprometer su estima ante el pueblo, pero siempre sin resultados. Cuando finalmente lograron capturarlo y llevarlo a los tribunales de Anás y Caifás, no pudieron formular una acusación precisa contra Él, todas las acusaciones presentadas se deshacían por si solas sin la necesidad de que Cristo abriera los labios.
Pilatos lo juzgó públicamente delante de los fariseos, sus enemigos y por tres veces declaró que no halló culpa en Él y en el mismo acto de condenarle se lavó las manos en señal de que él no quería responder de la sangre de Jesús, porque no lo encontraba culpable.
La santidad de Jesús es un hecho único en la historia. Solamente Él ha podido decir delante de los enemigos que le espiaban: “¿Quién de vosotros puede probar que he pecado?” (Jn 8,46). En su sabiduría los filósofos paganos habían llegado a concluir que es imposible no pecar. Así lo afirmaron Epicteto y Séneca, y Libanio dice: “No pecar es propio de Dios”. Esta idea era propia también del Antiguo Testamento: “No hay nadie que no peque” (1 Rey 8,46). “Siete veces al día peca el justo” (Prov 24,16). El desafío de Cristo a sus enemigos, no tiene parangón en la historia.
Es claro que Cristo no ha sido un impostor. En primer lugar, porque no se aprovechó de nadie, pudiendo haberlo hecho como nadie. La única ventaja que logró en el mundo fue la cruz, y eso que la previó claramente y la hubiera podido evitar fácilmente.. No hay esta clase de impostores. Y a los impostores más tarde o más temprano se les coge en algo. A Jesús jamás pudieron cogerlo en nada, ni en lo más sencillo o pequeño. Ni lo ha podido hacer la historia en veinte siglos. Es evidente que Cristo no es un impostor.
C. CRISTO NO ES UN ILUSO
a) EQUILIBRIO DE MENTE
Basta acercarse a su persona para que el equilibrio de su mente se imponga con evidencia. Una observación preliminar: A diferencia de los otros fundadores de religiones, Jesús es un hombre sano, perfectamente robusto. En el Evangelio jamás se habla de una enfermedad de Jesús, de una crisis de histerismo (a la que fue tan propenso Mahoma), de una imposibilidad de continuar con la empresa por falta de fuerzas físicas. Durante tres años de vida pública, en continuo movimiento y viajes, siempre a la intemperie, sin bolsas, ni dos túnicas, ni bastón (Lc 9,3), sin tener donde reposar la cabeza (Mt 8,20), terminada la jornada tiene energía para pasar la noche orando… Solo una vez se dice en el Evangelio que estaba fatigado del camino, cuando se sienta a esperar a la samaritana (Jn 4,6)
b) SU TEMPLE
Hasta qué punto tenía temple lo demostró en la pasión. Después de tres horas de agonía en el huerto, de la flagelación, de la crucifixión, de las tres horas desangrándose en la cruz, aun le quedaban energías para dar un grito antes de inclinar la cabeza. Tenía tal domino de sus propios nervios, que muere cuando Él quiere. Sólo el espectáculo de la cruz le hace creer al centurión romano en su divinidad (Mt 27,54). Cualquier otro temperamento enfermo apenas delicado –escribe Adam- habría debido ceder o sucumbir.
En la tempestad del lago, Él duerme tranquilo, Cuando los discípulos le despiertan del sueño profundo, domina la situación tan difícil. Jamás Jesús se ha retirado de las situaciones más enervantes o demuestra tener temperamento débil, excitable, nervioso. En síntesis, era un hombre perfectamente sano.
D. VOLUNTAD HEROICA
a) SU ALMA
Si del cuerpo de Jesús pasamos a su alma, aquí también tenemos que constatar el equilibrio más grande. Él sabe que tiene un fin de vida, que debe realizar el encargo del Padre y no lo pierde de vista un solo instante. Adam tiene razón cuando dice que “la nota dominante de su carácter humano… es la extraordinaria claridad de su pensamiento en fijarse un fin y la inamovible firmeza de su voluntad en llevarla a cabo”
Las primeras palabras que pronuncia a los doce años tiene este objetivo (Lc 2,49). Continuamente repite: “He sido enviado para esto”, “no he sido enviado para este otro”. El Padre lo ha enviado a la tierra para salvar al mundo con su pasión y muerte. Jesús no lo olvida nunca. Muchas veces en el Evangelio asistimos a las tentativas de hacerlo desistir de esta empresa. Pero siempre supera el obstáculo a fuerza de voluntad.
Las tentaciones en el desierto pretenden que aproveche su facultad de hacer milagros en su propio beneficio, más Jesús se aleja del tentador. En el discurso del Pan de Vida muchos discípulos se separan del Maestro, lo abandonan porque esto era muy duro. Jesús pregunta a sus Apóstoles: “¿Quieren dejarme también ustedes?” (Jn 6,67). Está dispuesto a que le abandonen todos, pero no cambia sus afirmaciones. La tentativa de Pedro, de que deje la idea de la pasión, también la rechaza con toda energía: “Apártate Satanás” (Mt 16,23)
El último asalto, el más terrible fue el de su misma naturaleza humana, la agonía del Getsemaní. Le invade una tristeza mortal. Es la única ocasión que el evangelista dice “comenzó a sentir temor y angustia” (Mc 14,33). Jesús ruega intensamente para que no le venga todo aquello, pero es inútil. La voluntad está firme y Él lo sabe y aunque le cueste sudar sangre pronuncia el Fiat (Mt 26,39). Cuando llegan los soldados, Él le sale al encuentro. Ha recobrado el pleno dominio de sí.
Si no hubiera habido este episodio de su vida, hubiéramos pensado que era insensible, un apático. Sin embargo, sus sentimientos ante su propia muerte revelan su intensa carga emotiva y, al mismo tiempo, el temple de su voluntad para sobreponerse en el trance más difícil. Y el equilibrio de su espíritu que recobra y mantiene la serenidad plena a lo largo de la cruelísima pasión.
E. LA CLARIDAD DE SU INTELIGENCIA
En todas las cosas ve lo esencial: “De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma” (Mt 16,26). Hay que subordinar todo a la salvación del alma: “Si tu ojo se escandaliza…” (Mt 5,29). A los fariseos que le critican de que sus discípulos no guardan las costumbres de sus mayores, les responde: “Y vosotros por qué violáis el mandamiento de Dios por vuestras tradiciones” (Mt 15,3). Ellos enseñan que se puede ofrecer al Templo el dinero destinado a socorrer a los padres, liberándose de esa obligación del mandamiento.
Ante el escándalo de los fariseos porque Jesús cura en sábado, les echa en cara su hipocresía. Su inteligencia resalta especialmente en las disputas con sus enemigos siempre prestos a tenderle insidias. A la pregunta nada inocente de los fariseos: “¿Es lícito pagar el tributo al César? (Mt 22,17). Era algo muy comprometido y le han preparado el camino para que no deje de responder, Él les dice: “¿Por qué me tentáis, hipócritas… dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,19).
F. LA COMPRENSIÓN HUMANA
Es difícil a los caracteres heroicos comprender la miseria de los otros. Aún en esto Jesús es de un equilibrio sorprendente. Él sabe que no todos podemos ser como Él. Como norma general propone la de no juzgar nunca, porque es muy difícil penetrar en el corazón humano (Mt 7,1). A los Apóstoles que quieren que llueva fuego les dice: “No sabéis de que espíritu sois” (Lc 9,55). A Pedro que se cree generoso perdonando siete veces, le dice “setenta veces siete” (Mt 18,22).
Jesús se muestra comprensible especialmente con las almas extraviadas, con los pecadores. Precisamente porque esto estaba tan patente quieren tentarle los fariseos con la mujer adúltera, a ver si se pone contra Moisés y Él, sabe salvar la situación y a la mujer, con gran perspicacia (Jn 8). Igualmente es maravillosa la comprensión de las personas, las circunstancias y la delicadeza con todos en el caso de la pecadora que lava los pies con sus lagrimas (Lc 7,37-50). El amor a los pecadores le ha sugerido las parábolas más bellas: “El Buen Pastor”, “La Dracma perdida”, ”El Hijo Pródigo”.
G. JESÚS Y LA PASIÓN
El carácter de un hombre se mide especialmente en el momento del éxito y en el momento de la desgracia. En estas circunstancias se demuestra la carga de energía de que está dotada su personalidad, las reservas psicológicas de que dispone. Para Jesús el momento de la desgracia de la prueba es la pasión. Desde el momento de la captura hasta el último aliento. ni una palabra, ni un gesto traiciona en Él la debilidad o el decaimiento.
La escena del beso de Judas que le viene a prender, es sublime. Demuestra hasta qué punto se domina sí mismo el Señor. En el diálogo posterior con los soldados se diría que se trata de algo normal. Lo mismo en la dignidad de la respuesta al que le da la bofetada. Caifás se admira del silencio que guarda ante las acusaciones (Mc 14,60).
Igualmente mantiene su dignidad ante Herodes, hasta el punto de sentirse éste humillado. También Pilatos se admira de su silencio y de que no le responda más que las palabras precisas. Su postura en la cruz, con el máximo sufrimiento, se hace cargo de todo, perdona al buen ladrón, se ocupa de su madre. Cuando ya está todo cumplido, entrega a Dios su alma, inclina la cabeza y muere. Se muestra dueño también del momento de dar su vida.
H. CONCLUSIÓN
No queda más que sacar las conclusiones: Un impostor, un iluso no obra ni se comporta como Jesús. Un hombre así, no puede ser un iluso o un impostor. Es algo del todo claro. Por consiguiente. Si Jesús ha afirmado con toda claridad y repetidas veces ser el enviado de Dios, es que Él lo era realmente. No puede menos de serlo. O tiene que estar loco, ser realmente un falsario o ser Dios. Toda su vida nos muestra que no es ningún falsario ni tampoco loco.
Aun los que no aceptan su divinidad, nos lo ponen lo más cerca de ella. Un Renan, por ejemplo, dice: “Entre tú y Dios no se distinguirá jamás”. La personalidad de Jesús, que aparece en el Evangelio es algo tan sublime que está mucho más cerca de Dios que de la falsedad, de la locura o del egoísmo. Por eso, si queremos sacar las últimas consecuencias, tenemos que admitir: “Si no es un loco, tampoco un falsario, y ha afirmado solemne, categóricamente y repetidas veces que es Dios, tiene que ser Dios”, no hay otra salida.
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